Cuando llueve uno se moja, cuando el sol aprieta hace calor, cuando un equipo marca un gol su afición lo celebra y cuando las cosas van mal, o no lo bien que podrían ir, los entrenadores se encierran y no dejan ver los entrenamientos. Es el orden natural de las cosas y nada que en realidad tenga importancia alguna. Manolo Jiménez lo ha hecho esta semana después de la derrota de Anoeta, con aquel fallo en un córner, que se unió a las anteriores con el Málaga y el Valladolid, y ante la importancia que ha cobrado el partido de Osasuna, así a primera vista ya destacado para el futuro a medio plazo.

El técnico ha preferido la intimidad a las cámaras, la discreción a la luz y los taquígrafos. Todo para comportarse con la naturalidad que da la privacidad. Para, por ejemplo, reprenderle o gritarle sin limitaciones a un jugador si hace falta. Si sirve para algo, perfecto. Aunque aún nadie ha demostrado científicamente que esa medida conlleve una victoria segura.