Ya desde el mismo partido contra el Deportivo Manolo Jiménez se tomó el desafío del Camp Nou como lo que era. Una misión tan seductora como imposible. Abraham y Sapunaru, dos jugadores indiscutibles en los laterales, vieron la quinta amarilla para cumplir ciclo. El viernes cayó también Loovens por una pequeñísima lesión y a nadie se le ocurrió forzarlo. Y, ayer, como estaba previsto, Aranda entró en lugar de Postiga para darle descanso al portugués, el nueve titular y el hombre más decisivo y diferenciador.

Así que por hache o por be, el Real Zaragoza se presentó en Barcelona sin cuatro de sus once piezas claves. Es decir, el 36% del total. Incluso con ese paisaje, especialmente en defensa, donde aparecieron de golpe Goni, Pinter y Paredes, el equipo dio la cara y, lo principal, no salió dañado. Perdió como estaba previsto, pero volvió a atreverse y no se salió del camino por el que transita desde Granada. Teniendo el balón en algunas fases, sin regalarlo, y rematando. Ni cinco defensas ni planteamiento ultradefensivo ni autobús bajo la portería. Con tres futbolistas nuevos en la retaguardia no dio sensación de endeblez ni fragilidad. Mal que bien, las piezas encajaron, como suelen hacerlo en buenas dinámicas. Y la contundencia del resultado, como en Madrid, tampoco puede desmentir todas esas sensaciones.

Jiménez cambió la defensa por obligación y alineó a Aranda por elección y como premio a su sobresaliente nivel. Luego dio algunos minutos a Wílchez, Postiga y Babovic. A día de hoy es evidente quiénes son los hombres del técnico. Quiénes son sus once titulares, quién es el número doce y cuáles son las piezas que aparecen después. Y en ese ramillete, ya lo ven, no está Romaric, al que se le ha escapado el tren a toda velocidad. Pero da igual. El equipo funciona sin él y funciona como hacía tiempo que no funcionaba.