Cometió una imprudencia aquella tarde ante el Getafe, cuando su ímpetu lo condujo a la caseta en el minuto 7. No sabía entonces Romaric, ni siquiera Jiménez, que esa inoportunidad iba a costarle salir del equipo, tampoco que el Zaragoza iba a cambiar en cuanto a fisonomía, nombres y resultados, que incluso encontraría una alineación cuadrada casi por casualidad. Fue así.

Una semana después, precisamente en Granada, Movilla tomó el mando en el centro, Zuculini ocupó la banda derecha y Víctor se acercó a Postiga. El resultado (1-2), unido al buen funcionamiento asociativo del equipo, suponía el principio del fin para Romaric, desde pronto rodeado de polémica, bien fuera por sobrepeso, bien por esa lesión que a veces era y otras no. La cuestión es que han pasado más de 50 días desde la última vez que el africano fue titular en la Liga. Desde entonces, minutos sueltos aquí o allá sin apenas significado futbolístico. Un único consuelo en el partido de ida de la Copa, hace ya cuatro semanas, cuando envió un balón en profundidad a Aranda que la calidad del delantero transformó en gol tras un voleón con la zurda.

El técnico, impulsor del fichaje de Romaric, nunca le ha perdido la fe. Así que hoy le abre otra vez la puerta, precisamente cuando Apoño ha entrado en su peor momento desde que aterrizó en La Romareda hace unos meses. El nivel del fútbol del malagueño ha descendido y su nerviosismo se hace cada día más patente. No solo provocó un incidente el pasado domingo en la Ciudad Deportiva durante el partido del Zaragoza B, sino que su grado de excitación llegó casi al histerismo en la derrota ante el Celta, con protestas continuadas hacia el árbitro que le costaron la amarilla y bien pudieron dejar a su equipo con uno menos, como bien le recriminaron numerosos aficionados. Al día siguiente, el andaluz no se entrenó.

En estas vuelve Romaric, consciente de que el bajón físico y mental de Apoño puede ayudarle a recuperar un espacio que, en principio, nadie le iba a discutir. Sin embargo, ese Zaragoza de once fijos ya no es tal. Zuculini entra y sale, y Apoño, al menos hoy, no está. Hay sitio, lo quiere Romaric.