A estas mismas alturas de la temporada, el Real Zaragoza nos había acostumbrado a otra cosa. Nos había habituado a vivir al borde de un ataque de nervios, a que el equipo fuera un completo desastre, a que marchara colista destacado, a dimisiones de presidentes y consejos de administración después de Nochebuena, a despedir entrenadores y ficharlos en Nochevieja, y a hacer revoluciones aparatosas y a cara o cruz en la plantilla cada mes de enero. Esta vez todo es diferente. Es el maravilloso efecto Manolo Jiménez, que en doce meses en la ciudad está consiguiendo darle la vuelta al club como un calcetín a base de conocimientos futbolísticos, sentido común y capacidad para generar resultados. Ha llegado al parón de Navidad con 22 puntos, siete por encima del descenso, y en un año natural ha sumado 55, el sexto mejor de Primera División. Y, claro, donde todo era una locura descontrolada, ahora se respira calma absoluta.

Así que el Real Zaragoza vivirá unas vacaciones apacibles como hacía tiempo y encarará enero, y la consiguiente apertura del mercado invernal, con otras perspectivas y, sobre todo, con exigencias mucho menores. Donde otras temporadas estaba obligado a hacer cambios casi suicidas, ahora solo tiene que hacer fichajes selectivos.

Muchos menos que otras veces, pero movimientos en la plantilla habrá. Habrá salidas con varios candidatos y casos diferentes (Doblas, Lanzaro, Álamo, Babovic, el mismo Aranda más por voluntad propia...) y habrá entradas. Las segundas en función de las primeras. Jiménez sigue queriendo lo que quería al cierre del mercado en agosto. Un punta y un central. De modo que ese es el objetivo. Pero ahora sin apremios y con una diferencia sensible. La columna vertebral está ya hecha, no hay que hacerla. Solo hay que buscar complementos para apuntalarla.