No pasa todos los días --ni, por desgracia, todos los años--. La selección española de baloncesto no aterriza siempre que se quiere en Zaragoza. Sus fugaces y privilegiados pasos son una congratulación a la que ayer hubo que añadir un matiz, en forma de número 4, que a ningún presente se le escapó. Pablo Aguilar volvía al edificio que le vio hacerse mayor de edad con el naranja en sus manos, el Príncipe Felipe. El último capitán del CAI Zaragoza volvió a arrancar una última vez los alientos de los congregados, sirviendo así de despedida final, tras su adiós al Valencia Básket.

El choque que finiquitó la dulce andadura del CAI en el playoff, ante el Madrid, fue un adelanto, una despedida off the record, ya que, a pesar de que su salida del CAI se oía con ecos en cada esquina, no era oficial. Pues bien, tres meses después de que todos los devotos caístas pensasen que esa era la última vez que alentaban los colores de Aguilar en el Felipe, hubo una última oportunidad. Un emotivo "adiós y gracias" que se dedujo de los cánticos hacia el granadino. Los aficionados, muchos caístas, claro, lejos de castigar su marcha, le regalaron un tierno homenaje.

Fue el primero en ser nombrado --y de qué manera reparó en él el speaker-- en la puesta en escena de los jugadores. Como último capitán rojillo tenía que recibir honores abriendo camino a sus compañeros. Nada más sonar su nombre, quienes aullaron sus canastas de los últimos tres años se pusieron en pie para darle una bienvenida con sentido de adiós. Fue pregonero en su segunda tierra. Fiel a su camaradería con la discreción, Pablo se limitó a sonreír (en su cara se leían parrafadas de emoción) y a levantar la mano como agradecimiento.

Llegó a Zaragoza siendo un niño (apenas 21 años), y ayer volvió, ya hombre, para despedirse siendo internacional. Casi nada. Tras el sonoro recibimiento, Aguilar comenzó tímido, algo escondido, pegado a la línea de 6,75 en busca de cualquier pelota susceptible de merecer tres puntos. Y así fue, a la primera, además. La primera pelota caliente que le llegó significó su primer triple y desmelene en un choque-fiesta para él y todos. No es el mejor de la selección, pero ayer sí el más grande, quien más sintió. Tras el partido-despedida, queda decir: buen viaje, capitán.