El capitán Carlos Manuel García Galindo, zaragozano de nacimiento y jacetano de adopción, puede presumir de cierta inmunidad al cierzo. Cuando uno ha estado a 36 grados bajo cero de maniobras, no parece para tanto el frío del campo de maniobras de San Gregorio o del Pirineo, que conoce bien, tras seis años destinado en el Regimiento de Cazadores de Montaña Galicia 64 de Jaca.

García ha sido el único militar español seleccionado entre los 48 soldados que participaron en el Allied Winter Course del pasado mes de febrero, un curso de combate en condiciones de frío extremo que ofrece el Ejército de Noruega para países integrantes de la OTAN o aliados suyos.

Pese a que el aragonés tiene sobrada experiencia en la montaña, siendo de familia jacetana y habiendo elegido destino en la unidad nada más recibir el despacho de teniente, admite que hay fríos y fríos. La diferencia entre el Pirineo y Noruega es «básicamente, las condiciones de temperatura y clima. Aquí las temperaturas en invierno no suelen pasar de -10 grados centígrados en una altura media, donde haya población. Allí hablamos de -36 grados. Eso supone que hay que ser muy cuidadoso con el armamento, el material y el vestuario, hay que llevar las normas de supervivencia y rutinas de vida a rajatabla», explica.

Así lo ha comprobado durante los 25 días de duración del curso, particularmente en los 11 seguidos a la intemperie durante la fase práctica del ejercicio.

El frío extremo, afirma, afecta a muchas más facetas de las que se pueda pensar. No solo al cuerpo sino a la mente. «Si no estás acostumbrado y no tienes nociones psicológicas de cómo reacciona el cuerpo, te puede no dejar pensar, bloquearte, causar una gran pérdida de moral», enumera. A ello hay que sumarle, obviamente, la parte física, para la cual hay que observar «una estricta disciplina de vestuario, con una serie de capas, no muchas. Las necesarias para no pasar frío y para no sudar. No se puede permitir que nada se moje, y si lo hace, hay que secarlo de inmediato», repasa.

Esto lo pudo comprobar más que ninguno de sus compañeros, de varios ejércitos europeos y mundiales. Todos tuvieron que pasar por una prueba de caer en agua helada para saber cómo reaccionar, pero él fue, además, el agraciado para repetir el baño durante el ejercicio a la intemperie. «Debes odiar a los españoles, que me vas a bañar dos veces», bromeó con el instructor. Con su caída, los compañeros practicaron cómo rescatarle y él afinó la respiración, la carrera y cómo hay que revolcarse en la nieve, «como una croquetilla», para que esta absorba algo de humedad hasta que puedas entrar en un refugio con fuego. «Hasta que no está todo seco, no se sigue», recuerda. Tardó cuatro horas.

Durante esos once días, simularon una misión de reconocimiento de una posición enemiga, practicando refugios bajo ramas, «prácticamente a la intemperie», o bien en tiendas o una especie de iglús practicados en la nieve. También pudieron comprobar cómo el frío afecta al combate, desde la influencia de tiritar hasta el disparo con guantes, pasando por las diferencias en la trayectoria de un proyectil que causa la temperatura gélida, y que hay que saber calcular matemáticamente.

La experiencia fue enriquecedora, y recibió su diploma OTAN que ya comparte con algún otro compañero de unidad. Y se trajo una valiosa coraza, aunque fuera mental. «Ahora no tengo tanto frío por aquí», admite.