Lo suyo es puro virtuosismo en el quirófano. Y estos días han centrado la atención mediática porque, junto a otros tantos colegas del hospital Miguel Servet de Zaragoza, han realizado con éxito la operación de un tumor cerebral de una mujer mientras esta estaba despierta, pero donde reside la singularidad del caso es en el bilingüismo del momento. Y es que el árabe era el lenguaje nativo de esta paciente que, a través de un interprete, conversó con el equipo médico en su idioma y en español. El neurocirujano David Rivero y la neurofisióloga Alicia Sáenz de Cabezón son dos de los especialistas que participaron en dicha intervención quirúrgica y recuerdan para EL PERIÓDICO cómo se fraguó la excepcionalidad de la operación.

—¿Cómo se consigue unir de una forma tan perfecta a todos los astros para que una operación con estas características sea un éxito?

—David Rivero (D. R.): Fue muy curioso encontrar al intérprete voluntario. Yo a esta chica la tenía en lista de espera y, precisamente, lo que me estaba retrasando la cirugía era encontrar el traductor. Al final, opté por acudir a la Casa de las Culturas para proponerles que una persona que hablara árabe, joven, y que no tuviera miedo de entrar a un quirófano nos echara una mano. Casualmente me hablaron de un estudiante saharaui de Enfermería, que se llama Isalkou Saleh, y que estaba haciendo prácticas. Cuando le planteé el tema se mostró muy dispuesto a todo.

—Alicia Sáenz de Cabezón (A. S.): No aspirábamos a tanto. Encontramos todo junto. Un chaval estupendo, espabilado, colaborador y que, encima, trabaja en la rama sanitaria. Él tenía una labor previa, porque accedió a una preparación en los test que se le mostraron después a la paciente. Sacó tiempo para elaborarlos, traducirlos, prepararlos y llevarlos a quirófano. Estuvo muy implicado.

—D. R.: Se adaptó a un trabajo que funciona como un engranaje y que tiene un rodaje conjunto.

—A. S.: Así es, de hecho, creo que un caso como este, hace unos años cuando empezamos a trabajar como grupo, quizás nos hubiera superado. Ahora estamos ya entrenados y conectamos tan bien, porque la labor previa está muy automatizada. El cauce está muy engrasado y cuando David detecta un caso de cirugía despierta ya se deriva a la consulta de neuropsicología para empezar a trabajar.

—En el caso de que la paciente hubiera dado muestras de no reaccionar como ustedes querían, ¿qué hacen cuando ya la operación ha empezado?

—A. S.: Se para. Hoy (por el viernes) hemos tenido una así.

—D. R.: Se hacen estudios previos para ver las estructuras y sabes en qué zonas del tumor puede haber más o menos peligro como el área del lenguaje. Cuando nos acercamos a esa zona se habla, se dialoga, y se tiene cuidado. Si vemos que pierde capacidad de lenguaje o movimiento, por ejemplo, paramos.

—¿Qué sensación se les queda cuando una operación de este tipo sale bien?

—A. S.: Levitas, así de claro. Es estupendo. Yo, tras esa operación, cuando llegué a mi casa le dije a mi familia que ya me podía jubilar. No creo que vuelva a vivir un día más glorioso como aquel. Todo había salido bien, fue como un cuento navideño. Encima, la paciente después evolucionó muy bien en un tiempo breve y final feliz. Son días que cuando consigues el objetivo, ¿qué mas le

puedes pedir a la vida?

—D. R.: Y ella fue muy agradecida al terminar, la verdad.

—¿Cómo han llevado el tema de la prensa?

—D. R.: Bueno, la característica de ser nuestro primer paciente bilingüe nos llevó a plantear el tema a la prensa, pero la verdad que la repercusión nos ha superado. Desde dentro no le vimos la curiosidad quizás que el tema tiene para la sociedad. Un colega, cuando le planteé que íbamos a hacer esto con un traductor, me dijo: «Oye, ¡esto contadlo a la prensa!».

—A. S.: Ha habido reacciones de gente de sitios remotos cuando han visto la noticia.

—D. R.: A mi me han comentado que ha debido de salir en algún canal internacional incluso. La difusión en los medios nos ha sorprendido y nos ha superado, es cierto. Piensas que va a ser todo muy regional y, de repente, cenas en casa y te ves en la tele a nivel nacional.

—¿Ha sido su mayor reto a nivel profesional?

—D. R.: Sinceramente, diría que hemos tenido cirugías más difíciles. Estas intervenciones ya se hacían en los años 80 de forma puntual, pero han cogido asiduidad en los últimos diez. En muchos centros de España se hacen también, no solo en el Servet. Recuerdo que, cuando yo era residente, vi a mi antiguo jefe hacer un par de operaciones.

—A. S.: Sí. Entonces el test que se hacía solo era uno y lo que el paciente tenía que lograr decir era el refrán de El perro de San Roque no tiene rabo porque Ramón Rodriguez se lo ha cortado.

—D. R.: Incluso recuerdo que el anestesista traía libros de su hijo de Teo desayuna y se los enseñaba al paciente para que dijera lo que veía.

—Y, ¿qué me dicen de la juventud del equipo? Esto también ha sorprendido mucho, tanto como la operación en sí.

—A. S.: (se ríe) Bueno, yo soy la abuela del grupo.

—D. R.: También nos conservamos bien, ¿no? (ríe)

—A. S.: Pero es cierto, no es tanto el equipo técnico de última generación que se utiliza en estos casos, sino la capacidad para habernos formado como grupo, a la vez, avanzando y con confianza. Tenemos un grupo de WhatsApp donde nos contamos todo.

—D. R.: Somos un equipo peculiar, porque ha habido un relevo generacional brusco en los últimos años por el tema de las jubilaciones. Entonces, tuvimos que tomar las riendas los jóvenes.

—Están obligados siempre a tener un buen día. ¿Cómo gestionan esa responsabilidad?

—A. S.: Cuesta. Hay días duros.

—D. R.: Sí, a veces lo pasas mal en el quirófano. Debes jugar con el hecho de si dejas tumor, que puede crecer, o dejar alguna secuela. Eso te lo llevas a casa. Al paciente después lo sigues viendo y siempre te va a comer la idea de que pudiste haber hecho más o menos con él.