A pesar de su tradición secular, el Justiciazgo democrático nació prácticamente de la nada. Con la ilusión de quienes sabían que estaban haciendo historia del autonomismo en su defensa de las instituciones propias y el esfuerzo --en muchos casos altruista-- de un buen número de políticos y trabajadores.

El 3 de diciembre de 1987, en un pleno en Tarazona, cargado de simbolismo, tomaba posesión Emilio Gastón de su cargo como Justicia. En su discurso fue muy claro: «Nunca utilizaré la beligerancia, nunca utilizaré los problemas para atacar a la Administración, nunca tiraré un gato a la cara de nadie. Preferiré coger los problemas, o el gato, y pasarlos suavemente a quien corresponda, para que pueda acariciarlos al igual que lo hago yo». Su alma de rapsoda, pero también de jurista con alta carga intelectual, se concentraba en estas palabras de cierre de su intervención.

Chema Gimeno tenía entonces 21 años y llevaba unos pocos meses trabajando como ordenanza en las Cortes (actualmente es el jefe de protocolo de la Cámara). «A finales de noviembre, el jefe pidió un voluntario y yo me ofrecí. Me dijo que después de Reyes me encargaría de la oficina del Justicia, que ocuparía el piso que hasta junio de ese año había sido la sede de las Cortes, en la calle San Jorge de Zaragoza. Cuando llegué, me encontré un piso de 300 metros cuadrados completamente vacío, sin ni siquiera una silla para sentarse. Cuando poco a poco llegaron los pocos trabajadores asignados, comenzamos a encargar lo mínimo e imprescindible para empezar a trabajar. Partimos de cero y fue muy ilusionante», rememora Gimeno.

Uno de los principales retos era difundir y divulgar el funcionamiento de una institución que para muchos ciudadanos era desconocida. «El propio nombre de la institución confundía a muchas de las personas que venían. Una de mis misiones era explicar que aquello no era un juzgado. De cada diez personas que venían, prácticamente nueve lo hacían confundidas», explica Gimeno, quien guarda «un entrañable recuerdo» de Emilio Gastón. «Un niño en un cuerpo grande, un hombre que nunca perdió ese espíritu, aunque con una carga intelectual y una formación impresionantes», afirma.

«Yo me centraré en estos problemas de la juventud, de los parados, de los ancianos, de los marginados, de los nuevos pobres, de las clases desfavorecidas, de toda esta marginación que necesita ayuda para saber llegar a la Administración y a ejercitar sus derechos. Yo os prometo que enseñaré a participar y a defender esos derechos civiles y políticos, sociales y económicos», aseguraba Gastón. En definitiva, se comprometía a cumplir con la esencia de lo que representa esta institución, hoy tan asentada.