Cuentan que no será lo mismo sin Pau, sin la Bomba, sin Reyes. Dicen que, a la hora de la verdad, a esta selección le va a faltar ese puntito de calidad necesario en los partidos en los que se cuecen las medallas, los títulos. Puede ser, pero España despegó ayer rumbo al Europeo de Eslovenia con otro pleno de victorias. Ocho partidos, ocho victorias. Han podido con todos, mejores y peores: Alemania, Polonia, Macedonia, Francia... Inglaterra también, Gran Bretaña para el caso, que fue la que cerró el bloque de preparación en Zaragoza. No se pueden sacar conclusiones rotundas del partido, aunque quedó claro cuál es el equipo que aspira a todo en el torneo que arranca la próxima semana y cuál será una comparsa.

Arrasó España, en el marcador (100-46) y en la grada. El encuentro, lejos de ser competitivo, fue una fiesta. Despedida por todo lo alto del Príncipe Felipe al combinado de Orenga, con adiós y gracias para Pablo Aguilar, que se encontró con un homenaje inesperado en su regreso. El excapitán, ya se sabe, jugará desde la próxima temporada en Valencia.

En fin, el partido tuvo poca historia. A los tres minutos de juego ya ganaba España por seis puntos (10-4). El aspecto, la condición y la motivación a un lado y a otro anunciaban bien pronto lo que pasaría. El tiempo sería inexorable con la pérfida Albión --terminó que ingenió un aragonés y dejó para la historia Matías Prats en el nodo--, que caía 22-14 al final del primer cuarto y 49-30 al descanso. No había equilibrio ni proporción en el duelo. Orenga puso de entrada a Sergio Rodríguez, Llull, Rudy, Claver y Marc. Eligió a esos como podía haber elegido casi a cualquier otro. Los británicos, esta vez, no eran tan enemigos. Tampoco hubo anglofobia, pese a que unos pocos pusieron música de viento al God save the Queen en la representación inicial y hubo quien levantó un banderón con un clásico en tinta negra: "Gibraltar español".

No hubo ni para media pelea, la verdad. Fue una noche plácida en la cancha y en las gradas. En los aledaños también, donde entre la Federación Española de Baloncesto y sus patrocinadores montaron diversas zonas de ocio. Había juegos, concursos, áreas para fotografiarse con los ídolos o con dos de las últimas conquistas de la selección (Europeo y Mundial)... Puro espectáculo a todo volumen que devolvió con cariño una grada a la que le faltó un pelín para reventar el Príncipe Felipe, que participó activamente en la devastación británica. Ese estado artificialmente mágico que se genera en los encuentros de la selección engancha en toda España. De toda la vida en Zaragoza, a la que le han birlado el Mundial del próximo verano. Quizá por eso aprovecharon algunos famosos para pasearse por la casa rojilla. Estuvo el entrenador, Abós. También Loquillo, que un día cambió el baloncesto por la música. Acertó. Y Movilla, y Pitarch y Moisés. Y un montón de gente pintada de rojo que sabe que esta selección es la bomba aunque no esté Pau. Ni Navarro.