En su última película, Phoenix, el director de cine Christian Petzold (Hilden, Alemania, 1960) utiliza la historia de una superviviente de un campo de concentración que regresa a Berlín tras la segunda guerra mundial para encontrar a su marido como punto de partida para explorar cuestiones complejas sobre el pasado de Alemania, como la identidad personal y colectiva, la culpa y la ceguera voluntaria.

--Hay muchas películas sobre los nazis y el Holocausto, pero que se centren en el periodo inmediatamente posterior a la guerra en Alemania, como Phoenix, hay pocas.

--Lo sé, y siempre me ha producido una mezcla de asombro e irritación que el periodo comprendido entre 1945 y 1962 no exista en Alemania, ni en su historia ni en su cine. Es como si el país entero no estuviera interesado en sí mismo. Por el contrario, hay muchas películas sobre nazis de aire aristocrático que beben coñac y fuman puros porque a los viejos actores y productores alemanes les encantaba retratarlos de ese modo, aunque estoy bastante seguro de que los nazis no eran como los protagonistas de Los Soprano. En cualquier caso, pensé que ya era el momento de centrarse en los supervivientes.

--Hay una escena en la película en la que Johnny (Ronald Zehrfeld) explica que nadie quiere mirar a los supervivientes de los campos a los ojos. ¿No es esa ceguera precisamente el asunto principal de la película?

-- Sí, efectivamente, lo es. Cuando los supervivientes de los campos intentaron recuperar sus vidas, esperaban que el país les pidiera disculpas y los acogiera. Pero no sucedió así. Por el contrario, nadie quería tener nada que ver con ellos. Necesitaban desesperadamente hablar de lo que había pasado pero, ¿con quién? La gente pretendía no verlos. Los alemanes estuvimos ciegos durante décadas. Johnny es el retrato de esa ceguera, y su manera de lidiar con la culpa es conseguir algo de dinero y huir del país. Y eso es exactamente lo que muchos alemanes hicieron en los años sesenta: cogieron su dinero sucio y se mudaron a Mallorca. Supongo que, bebiendo cócteles a orillas del mar, resulta más fácil olvidarte de lo que hiciste.

--¿Por qué resultó después tan difícil para Alemania pedir perdón?

--Porque no se sintió reflejada en lo sucedido. Era algo tan profundo, tan atroz, tan abismal, que el país no quería enfrentarse a ello ni identificarse con ello. Afortunadamente en 1968, con el movimiento estudiantil, comenzó un proceso de confrontación. Los jóvenes empezaron a enfrentarse a sus padres y abuelos, y a exigir respuestas a una pregunta horrible: ¿Pero qué hicisteis, por amor de Dios?

--¿Cómo sería hoy Alemania de no haber tenido lugar ese proceso?

--Sin duda sería un país moralmente muerto, como lo fue durante mucho tiempo. En lugar de eso, una nueva Alemania surgió. La gente empezó a leer a Marx otra vez, se fundaron nuevas revistas, surgieron movimientos artísticos como el Nuevo Cine Alemán. Si te fijas en las películas de autors como R.W. Fassbinder, Wim Wenders y sus coetáneos puedes percibir cómo, de forma soterrada, plantean preguntas sobre lo que pasó y qué tipo de país es Alemania. Esos cineastas han sido mis padres artísticos.