Luchar contra las desigualdades exige actuaciones tanto en el norte como en el sur. Por eso hay que darle importancia a la elaboración de una estrategia de educación emancipadora potente que tome fuerza, única forma de que la cooperación pueda ser realmente transformadora. Esta estrategia de educación implica reinventarse, donde se impliquen diversos actores sociales que presenten alternativas conjuntas de cambio y que creen sinergias con el resto de políticas públicas para ejecutar acciones coherentes entre sí.

Y es que el buen vivir nos dice que el mundo no puede ser entendido desde el yo, sino desde la interacción de la persona con la comunidad y en relación con la naturaleza. La organización en comunidad, en organizaciones locales, en movimientos sociales… y la unión entre ellos será la clave para lograr una sociedad guiada por el buen vivir: una sociedad solidaria, sostenible, que busque la libertad, la justicia, la equidad…

El buen vivir es una oportunidad de construir colectivamente nuevas formas de vida.

La coherencia de políticas para un desarrollo sostenible e inclusivo requiere modificar los ordenamientos jurídicos nacionales e internacionales para que lleven hacia él. Lo que plasman las leyes es lo que surge del consenso social, y la historia demuestra que son posibles avances en contra de estamentos dominantes, pero eso siempre viene detrás de fuertes luchas de ideas y de acciones.

Ningún colectivo va a propugnar una lucha social para forzar el cambio en las relaciones internacionales. Pero sí hay muchos que han sido sensibles a las palabras de Julius Nyerere, que J. M. Leza suele recordar: «Guardaos vuestro dinero y empleadlo en explicar a vuestros conciudadanos por qué los míos viven así».

Más allá de proyectos de cooperación, es necesaria la sensibilización, la creación de una cultura del cosmopolitismo y la educación para el desarrollo y la ciudadanía global.

Es lo que la Universidad de Zaragoza lleva a cabo a través de su Cátedra de Cooperación para el Desarrollo desde hace diez años.