"Lo único que quiero es llegar a Francia, donde tengo familia, y solicitar el asilo". Ibrahim, un eritreo de 22 años, no lo tendrá fácil. Como él, miles de migrantes africanos vagan por Ventimiglia, atrapados en un cuello de botella de apenas diez kilómetros que ha convertido a la pequeña ciudad italiana de Lila región de Liguria en el símbolo de la implacable ley de la frontera. Una especie de Calais italiano.

"Ya no tengo dinero para coger un tren. La segunda vez que lo intenté me hicieron bajar en la estación de Menton Garavan. La policía francesa me pidió los datos y me obligó a volver a Ventimiglia. Después, intenté pasar la frontera caminando por las vías pero volvieron a detenerme. Ahora ya no se qué hacer", relata Abdul, un somalí de 19 años.

El tren del que habla tarda nueve minutos en llegar a Francia. Pero en la estación de Menton Garavan hace guardia un furgón de las Compañías Republicanas de Seguridad, el cuerpo especial de la policía gala. Diez agentes entran y peinan los vagones. Si hay inmigrantes, se los llevan.

Las organizaciones humanitarias no se cansan de denunciar sus malas maneras y su falta de respeto a la legislación francesa y al derecho de asilo. La última ha sido Oxfam, que acusa incluso a los agentes de frontera de maltratar a niños de apenas 12 años y de devolverlos ilegalmente a Italia sin miramientos. La policía cambia hasta su fecha de nacimiento para que figuren como mayores de edad y les confiscan las tarjetas del móvil.

Agua y madalenas

También hay informes oficiales que dicen lo mismo, como el presentado el pasado 5 de junio por la Inspección general de lugares de privación de libertad (CGLPL, por sus siglas en francés), un organismo independiente que revela las condiciones "indignas" de los controles realizados en los locales de la policía de fronteras, pequeños, incómodos e insalubres.

Los detenidos no tienen mantas, ni acceso a sus objetos personales. Tampoco hay comida. Solo algunas botellas de agua y madalenas. Nadie escucha a los que quieren pedir asilo. Sus solicitudes no se registran ni se tramitan. Es más, a los migrantes les dan formularios cumplimentados de antemano para que no puedan acogerse a las 24 horas de moratoria estipuladas antes de ser expulsados. Tampoco hay intérpretes para traducir los documentos o explicarles el procedimiento administrativo que van a sufrir.

El mismo informe denuncia que los menores son tratados como adultos, que no se comunica su presencia a los organismos de Ayuda social a la infancia y que, en contra de lo que prevé la ley, no son objeto de protección alguna.

"El objetivo de las devoluciones de los migrantes detenidos es garantizar la impermeabilidad de la frontera. En un contexto de presión política, los policías cumplen su parte de una misión en cadena", agrega el organismo.

Según datos de la prefectura de Alpes Marítimos, en 2017 fueron detenidos en la frontera franco-italiana 49.000 migrantes, 12.000 más que en 2016, una cifra sin precedentes. Tras el arriesgado periplo que les ha llevado a Italia desde Sudán, Senegal, Mali, Eritrea o Costa de Marfil, se encuentran varados en Ventimiglia, donde son detenidos a menudo por la policía italiana y trasladados a centros del sur del país.

Paso de la Muerte

El blindaje de la frontera y la cooperación policial franco-italiana lleva a muchos migrantes a probar suerte atravesando las montañas, un camino abrupto que ha sido siempre ruta de clandestinos y que se conoce como el Paso de la Muerte porque durante la noche es un trayecto peligroso en el que algunos se han dejado la vida.

Otros recalan en el campo instalado hace dos años por la Cruz Roja italiana en las afueras de Ventimiglia, a lo largo del río Roya, que hoy acoge a casi 500 personas, 20 de ellas menores. "La mayoría están de paso. Solo quieren atravesar Francia para llegar al Reino Unido, a Alemania o a Holanda. Los solicitantes de asilo en Italia apenas llegan al 15%", explica su responsable, Insa Moussa Ba Sane.

En el recinto, custodiado por la policía italiana, el ambiente es tranquilo. Hay un área para las mujeres y los niños y otra para los hombres adultos, una mezquita sencilla, una zona de juegos infantiles y una cantina donde estos días se ven los partidos del Mundial de fútbol. Sam llega corriendo sonriente y dice mostrando sus dedos que le felicitemos. Cumple seis años. Vino con su madre de Costa de Marfil y ya habla italiano.

Abu, de 32 años, también es de Costa de Marfil. Trabajó cinco meses en Libia y vivió en casa de un amigo hasta que logró reunir el dinero suficiente para atravesar el Mediterráneo. Aunque dice que no tiene la cabeza para pensar mucho, quiere tener su propia familia. "Aquí o en Francia. Yo no puedo elegir", prosigue.

Francesca es la psicóloga del campamento que se encarga de atender a los refugiados. Se encuentra con cuadros de ansiedad, depresión y shock postraumático y habla de la dificultad que tienen las mujeres, muchas de ellas violadas durante la travesía, para hablar de la experiencia que han vivido

Sin embargo, lo que más le sorprende es la gran resiliencia de los migrantes. "Dicen que todo lo que les ha pasado es terrible pero que van a continuar, que después de todo lo que han pasado no van a detenerse aquí. Es increíble su capacidad para mirar siempre hacia el futuro", explica la psicóloga. “No voy a parar. Lo voy a seguir intentando", dice Mohamed, un sudanés de 26 años. Francia expulsó en el 2017 a 18.000 inmigrantes irregulares, un 10% más que en el 2016.