No se había conocido una riada igual en todo el siglo pasado ni en lo que va del XXI. Según recuerdan los más mayores del lugar, ni siquiera la de la Nochevieja de 1961 consiguió, con 4.950 metros cúbicos por segundo, ni tampoco la de 2003, con un volumen de 3.320, anegar tierras que en esta ocasión sí han quedado sumergidas bajo las aguas.

Todos los municipios de la Ribera Alta del Ebro soportaron en la madrugada del 27 al 28 de febrero una riada extraordinaria e histórica. Aunque su caudal probablemente nunca será conocido con exactitud, dado que según fijaba el Sistema Automático de Información Hidrológica (SAIH) de la cuenca, el volumen del agua en Castejón era de 2.406 metros cúbicos por segundo mientras que, en Zaragoza, el mismo sistema medidor ofrecía 2.610. Un caudal contradictorio entre sí, dado que entre Castejón y Zaragoza no existe ningún afluente capaz de sumar esa cantidad de agua.

Las consecuencias se dejaron sentir en todos los municipios ribereños, pero las más drámaticas fueron los cientos de vecinos de Boquiñeni y Pradilla de Ebro que tuvieron que ser desalojados el sábado 28 de febrero tras una crecida que superó las previsiones de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE).

Según las estimaciones del organismo de cuenca, la punta de la crecida tendría que haber pasado el viernes 27 por la tarde y, sin embargo, el nivel del agua siguió creciendo en la madrugada del sábado. Con los datos que manejaba la CHE, "esto no iba a pasar", aseguraban desde este organismo.

El secretario de Estado de Medio Ambiente arropó al día siguiente de la gran riada a la CHE y a su presidente, Xavier de Pedro, ante las críticas por el presunto fallo en sus previsiones. Aseguró que estas fueron "adecuadas", teniendo en cuenta lo imprevisible de la hidrología. De Pedro aseguró también que los niveles previstos eran correctos, otra cosa es la altura, de la que llevaban "tiempo" advirtiendo que crece por la elevación del cauce.

Las previsiones apuntaban a que el nivel del río en Boquiñeni y Pradilla no superaría los 7,4 metros de altura. En cambio, alcanzó los 8,20 metros, de manera que los ayuntamientos optaron por activar sus planes de emergencia en plena madrugada del sábado y comenzar a desalojar las viviendas mientras los vecinos se afanaban en trabajar en las motas.

En ninguna de ambas localidades, coincidían los vecinos, había "nadie" más que ellos cuando, sobre las 2.00 horas del sábado, se vieron el agua encima. Alrededor de cuatro horas estuvieron acarreando tierra y grava con sus propios tractores y remolques para recrecer las motas y defensas a lo largo de la ribera. "Si no es por los del pueblo, hoy no hay pueblo", sentenciaba Francisco Garza, vecino de Boquiñeni. Algo similar ocurría en otros puntos, como Torres de Berrellén.

Horas después, antes del amanecer, se les unirían efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) y personal de la CHE. Y los operarios de Sarga, que llevaban días trabajando en el refuerzo de las motas.

En esas horas de nerviosismo, los acontecimientos se sucedían tan rápido como el propio fluir del Ebro. Por ejemplo, en Gallur, la UME tuvo que rescatar en zodiac a un hombre y a una anciana.

Las hectáreas anegadas rondan las 20.000. Los agricultores afectados, los 2.000. Hay carreteras e infraestructuras agrarias destrozadas. Hubo que evacuar a unas 20.000 reses y otras 10.000 murieron ahogadas --3.000 cerdos en una sola granja de Gallur--. Y estas son solo las estimaciones iniciales. El Ebro demostró otra vez que no hay quien lo gobierne.