Ah, qué bonito es todo. La ciudad más acogedora del mundo crece y se reburbulle. Hasta ayer los barrios podían hacer como si no pasara nada, había ese colchón de nofiestas, esa zona de calma sólo interrumpida por la comparsa de cabezudos, menos taxis (casi ninguno), el mayor griterío de las ambulancias. Podrían enchufar el aire acondicionado de los buses a las horas de agobio y calor. Quizá no lo hacen por Kioto, o por ahorrar unas perrillas, quién sabe por qué ocurren o dejan de ocurrir las cosas.

Hasta ayer los barrios estaban al margen, lejos y cerca de la vez, la ciudad elástica, oferta de goma, todo a diez minutos, todo casi a medio terminar/empezar, todo a medio firmar, pero con las fiestas más callejeras desde que se estrenó esta costumbre imparable. Hasta ayer había zonas por las que aún se podía transitar, barrios tranquilos, hasta el centro tenía sus ratitos de calma. El paseo peatonalizado ha de seguir así indefinidamente, hasta la próxima vuelta ciclista, maratón, lo que sea. El Paseo ya no regresa a los coches, o viceversa, ya se ha demostrado que la Expo empieza por ese trozo de peatonalización y fiesta, comercios hasta las diez de la noche, Calle Cádiz, ya era hora que alguien dejara de llorar y de pedir cosas (pedir, a este mundo enloquecido), y se decidiera a actuar. A abrir hasta las diez, por ejemplo. El paseo Independencia, avenida, calle, arrabal musulman sepultado (ah, qué gran error, cuando lo que vale es precisamente eso, esas ruinas) el paseo ya no vuelve a ese tráfico raro, medio carril para residentes y reparto, bicis, personas, otra vez el centro perdido. Hasta ayer los barrios dormían y circulaban.

Pero la fiesta ha llegado. Los barrios, inmensas cercanías, hasta Huesca, la Muela, todas las muelas. San Pedro el Viejo de Huesca va a dedicar la semana que viene a exponer las reliquias de Justo y Pastor, sus niños mártires, una excusa perfecta para disfrutar de ese románico en casa. Los barrios hasta el tope del pirineo, que Francia ya lo ha borrado hasta de los mapas antiguos. Peor para ella. La ciudad más acogedora del mundo duplica su gente sin darse cuenta, ya no hay suelo, ni pisos, ya se han quedado cortos (estrechos) los tres miserables carrilitos del cinturón.

La ciudad de las expos , con todas sus puñetas, se va cogiendo fiesta.

*Escritor y periodista