Ahora que es una evidencia indiscutible que la socialdemocracia ha perdido pie y no sabe dónde agarrarse, que François Hollande se ha unido a la lista de fracasados, que Matteo Renzi ha visto có- mo la consulta de hoy se ha convertido en un envenenado plebiscito sobre él o que los demócratas de EEUU ya lamentan no haberle dado una oportunidad a Bernie Sanders en lugar de Hillary Clinton, uno se pregunta cuál puede ser la aportación y el protagonismo del socialismo español en una etapa donde, como dice Brais Fernández, impera un eslogan: todo es posible, menos superar el capitalismo. La respuesta se acerca al conjunto vacío por la sencilla razón de que el PSOE, otrora fuerza esencial en este país, va camino de un conflicto interno entre el aparato y las bases llamado a hacer estragos. Muchos más.

De momento, asistimos a un culebrón de mil episodios en el que es evidente el final planeado por sus guionistas. La ahora omnipresente Susana Díaz se plantó en los pasillos de Bruselas -no en los despachos- para hacerse conocer. Su entorno se apresuró a afirmar que era «sacar de contexto» vincular la visita con cuestiones orgánicas del partido, pero parece que los únicos asesores que desplazó con ella eran los de comunicación, y no los de agricultura y pesca, materias capitales de Andalucía en Europa,

En lo cotidiano, esa gestora-okupa que se teledirige desde Sevilla y opera más allá de sus estatutos se ha apuntado como éxito la subida del 8% del salario mínimo, cuando el pleno del Congreso ya había aprobado días antes una subida considerablemente mayor a petición de Unidos Podemos.

Mientras, Pedro Sánchez trata de liderar la resistencia. Según el último sondeo de la SER, el 36% de los votantes socialistas le quiere al frente del partido, más del doble que a Susana Díaz. Entre ambos se cuela la figura de Patxi López, que a diferencia de los otros dos, sí ocupa escaño en el Congreso, lo que otorga unos focos esenciales. De hecho, desde su adiós como diputado, el exsecretario general parece jugar en solitario un partido con visos de derrota anunciada. Tiene su público, sí, pero con eso no le alcanza. Sus canastas ya no suben al marcador. Con todo, continúa dispuesto a plantar cara y conducir a los militantes que lo quieran seguir allí donde está garantizada una guerra de la nadie saldrá vencedor. Aunque, bien mirado, quizá sea lo mejor que podría ocurrir. La única manera de que el PSOE empiece de cero