En los seis meses que han pasado desde que Syriza ganó las elecciones el primer ministro Alexis Tsipras ha conseguido lo que parecía imposible. Ha logrado surfear el acuerdo con los acreedores pese al voto mayoritariamente negativo en el referéndum del pasado 5 de julio. También ha logrado la aprobación del Parlamento al nuevo paquete de reformas exigidas para este tercer rescate y su popularidad sigue en alza. Pero ahora debe hacer frente al desafío más cainita, el que le plantea la oposición interna de su partido. Del resultado de este duelo dependerá la continuidad de su Gobierno.

El líder de Syriza se encuentra en la situación típica de quien gana unas elecciones con un programa y luego la realidad le obliga a renunciar a muchos de sus postulados. Podría no haberse sometido a esta realidad, pero la situación de Grecia no admitía muchas opciones porque la batalla más dura de Tsipras no solo depende de Grecia o de los griegos. Ahora Tsipras tiene enfrente a un sector del partido que considera que lo acordado para lograr el tercer rescate es una humillación y que hay una alternativa a la austeridad exigida por los acreedores. Varios diputados votaron en contra de las nuevas medidas y una quincena de miembros del comité central del partido han dimitido.

El dirigente de la coalición ha dejado para el otoño la convocatoria de un congreso desactivando así a los rebeldes que querían el congreso antes de la firma del tercer rescate a finales de agosto, pero antes el Parlamento debe aprobarlo y Syriza puede perder la mayoría. En este caso, la convocatoria de unas elecciones parece inevitable. Sin embargo, el partido de Tsipras volvería a ganar.

Los grandes partidos que se alternaban en el poder --el socialista Pasok y el conservador Nueva Democracia-- quedaron en un estado penoso, del que aún no se han recuperado. Y otro argumento ganador de Tsipras, que está demostrando ser un político muy hábil, es el de que los griegos no quieren salir del euro, algo que propone la oposición interna. Tiene razón el líder izquierdista cuando plantea el debate entre un compromiso difícil o una quiebra incontrolada, pero la paradoja del caso griego, con o sin victoria de Tsipras sobre su sector contestatario, es que el fantasma del Grexit no consigue desvanecerse. Siempre está ahí.