Todos tranquilos, Rajoy tiene dinero para rato ha sido sin duda la ocurrencia de la semana en la red, pero llega tarde. Ya no nos quedan ganas de reír, tenemos las fuerzas justas para mirar hacia el futuro sin dejar de pisar un presente que quema los pies. Un país con más del 50% de paro juvenil (sobre un total del 25%, y con un 22% de tasa de pobreza) no puede esperar de brazos cruzados a que los mercados entiendan mensajes de confianza. Las soluciones se antojan inmediatas. Sin embargo, para el ministro Montoro el corto plazo es lo más parecido a "mirarse el ombligo". Por lo visto, el presente es un tiempo incómodo. Él es más de "luces largas", como dijo en el Congreso, aunque, eso sí, con un ojo fijo en el retrovisor para no perder de vista la recurrente herencia recibida. Que siempre viene bien.

Agarrotados por la amenaza de la intervención, nos cuesta admitir que esta ya no es una cuestión de sí o no, sino de grado. Para qué queremos tecnócratas si estamos dispuestos a actuar al dictado: cada viernes, nuevas medidas restrictivas. Draghi, presidente del BCE, nos aplaude mientras aprieta; y el ministro alemán Schlaube incluso se da una vuelta por aquí para acariciar el lomo a su homónimo español como si fuera su fiel mascota.

A estas alturas, todos sabemos ya que España pierde doberanía a borbotones sin que nadie lo remedie: los grandes partidos siguen a la suya, refugiados en un lenguaje electoral permanente y escudados tras una realidad que les supera. Según el CIS, el PP pierde cuatro puntos, pero el PSOE solo recupera uno. Está claro que la sociedad se aleja de instituciones que se debilitan.

El exministro sueco Pär Nuder advierte de que lo más importante de la crisis europea tiene que ver con la falta de confianza social. Más rotundo, el periodista Ignacio Ramonet constata que las sociedades, después de los Estados, ya han sido desposeídas de su capacidad de decisión. Y, para colmo, a los policías les han puesto una cámara en el casco al estilo Robocop para vigilar a los indignados (si Orwell levantara la cabeza...). Cuando se critica que parte de la población, cada vez más, parece situarse al margen del sistema, habrá que preguntarse si no es el sistema el que margina a un porcentaje creciente de la sociedad. Y además lo graba.Periodista