La divina y metabólica providencia otorga a cada uno su apariencia, pero es de dudoso gusto juzgar al prójimo por su aspecto externo.

En algunos casos, el rostro es espejo de un alma malvada. Ejemplo clásico sería Fernando VII, cuyo aspecto de barbero italiano de ópera bufa respondía al de un astuto bufón del poder. Siendo con los personajes históricos más fácil adivinar el enigma de su alma, nunca me tranquilizó tampoco el --decían-- tranquilizador aire de Francisco Franco.

Con respecto a los contemporáneos, debo admitir que me equivoqué con Jordi Pujol y con Rodrigo Rato, a quienes ingenuamente consideraba representantes íntegros, y ya hemos visto a qué se dedicaban en los ratos libres de comisiones. En cambio, con Xavier Trías y Francisco Granados, los dos últimos pájaros en cantar fuera de la jaula, siempre tuve la impresión de un doble fondo. Esa avidez de Trías, su mirada burbujeante y turbia... Esos aires prepotentes y horterillas de Granados...

La policía y los jueces deberán demostrar que, además de sospechosos, ambos han sido culpables de latrocinio público, pero en descargo de su calvario seguramente actuarán otros recientes casos cuyas condenas se han dilatado en el tiempo o han robado bien poco a sus responsables. Dada la desproporción entre la riqueza y su riesgo, cualquier futuro corrupto pensará que el cepo no era tan peligroso como apetecible el anzuelo, y que la prescripción de los delitos de fraude fiscal, prevaricación, tráfico de influencias, etcétera, operará a modo de una red con más agujeros que el cazamariposas del profesor Tornasol.

Ahora que vuelve Milan Kundera a las librerías, la insoportable levedad del ser lo es más que nunca en el ejercicio de la corrupción en delitos llamados de guante blanco. Su leve castigo los hace kunderianamente insoportables.

El país no puede más, pero cada día se despierta con un nuevo caso de políticos, empresarios o sindicalistas corruptos. Los partidos se limitan a expulsarlos. No los denuncian ni persiguen, y no siempre facilitan los datos a lo policía, como se ha visto en el caso Bárcenas. Algunos de los imputados se disculpan, pero jamás aceptan su responsabilidad penal. Respecto a sus botines, siguen en paraísos fiscales, hasta el momento de poder disfrutarlos.

Como México de los narcos, España es de los chorizos. Insoportable.