La unidad mínima en la construcción de confianza es el discurso. A partir de esta molécula se puede edificar lo demás; relaciones, hospitales, mentiras, depuradoras, risas, libros, vacunas, croquetas. Una partícula pequeña de predicamento genera la energía suficiente para que la confianza se fije como argamasa y permita que el mundo se levante ahí encima. Por eso nos gusta tanto la figura del pregonero, necesitamos que alguien nos inocule confianza aunque sea para emborracharnos en las fiestas populares. Es una especie de venia. El otro día estuve escuchando a Enrique Vila-Matas que vino a presentar su última novela. Dijo muchas cosas interesantes y luego otra que es la que yo retuve. Un editor suyo quiso llevarle a ver uno de los lugares que más le fascinaban, la desembocadura del Duero. Intentó contagiar al escritor la pasión que él sentía por ese paraje. Allí mismo, mientras el editor iba narrando su adoración por ese sitio, Vila-Matas sucumbió a la belleza. Contó que realmente la bruma impedía que se viera nada pero que él se imaginó bellísimo ese paisaje. No importa que no tuviera la vista porque tenía el relato. Confió en el discurso de su amigo para dejarse llevar por lo sublime. Pienso en esto y también en la superstición de la paloma, un experimento clásico desarrollado por Skinner, psicólogo e investigador del conductismo. Se mete una paloma en una caja. Un temporizador acciona la apertura de un comedero pero la paloma creerá que lo activa ella con su comportamiento, así que repetirá el último gesto que estaba haciendo antes de que apareciera la comida. Por eso se le llamó supersticiosa. La respuesta realizada antes del refuerzo de la comida se ve reforzada por la recompensa. Y lo de menos es que este discurso fuera un acto de fe y que esté trazado con unas conexiones accidentales al azar. Las consecuencias favorables son suficientes para mantener una pauta aunque esta no tenga efectos sobre la suerte de los sujetos. Así pasa en el comportamiento humano. Se acepta lo falso con tal de creer en algo. Quizás por eso permitimos que nuestras plazas estén llenas de palomas, porque somos más de supercherías que de razones. El timo de la estampita está de moda, incluso fuera de la política. "El mundo estaba envuelto en gasa; veía la forma de las cosas pero no con suficiente claridad". Esto dice Chimamanda Ngozi Adichie en Americanah. Y ahí estoy yo, entre la caja de Skinner, la bruma de Vila-Matas y la gasa de Chimamanda. Hemos protestado por los recortes de derechos y servicios pero la vida seguía en los discursos que cada cual se construía para poder seguir confiando en vivir. Si unos se quedaban fuera de la sanidad, se unen fuerzas para asistirles pero si se cierran hospitales, ¿qué hacemos? Nos cercaron accesos e hicimos piquetes. En el experimento de ahora destruyen nuestros refugios directamente. La confianza es una neblina y el discurso de lo aprendido sólo me permite desgastarme moviendo inútilmente las alas. Comunicadora