Paco Jémez se plantó firme frente a los micrófonos, con los clavos bien fijados en sus palabras, y anunció que el Rayo, jugadores, directivos y empleados, van ayudar a Carmen Martínez Ayuso, vecina de Vallecas de 85 años y desahuciada después de cinco décadas viviendo en el inmueble. En estos tiempos que corren hacia atrás, en una sociedad propensa a acentuar su egoísmo natural por los miedos de la crisis que la azota sin piedad, hallar un rasgo de estas características merece una pausa. Mínima o prolongada, a gusto del consumidor, por encima incluso del incierto futuro de Víctor Muñoz, tema estrella y estrellado del zaragocismo.

La grandeza del gesto del técnico y del club no reside en la cantidad, sino en la calidad, en transmitir que el fútbol profesional puede y debe humanizarse. Este juego y sus protagonistas, quintaesencia del narcisismo, aún camina a paso lento en la implicación en asuntos sociales, inconsciente o distraído a conciencia del impacto de sus actos más allá de ser reclamo publicitario de un perfume, un desodorante o una consola de videojuegos. "Si se va una vez al año al hospital, podríamos ir 15 veces. Debemos ser más participativos", se le ha escuchado.

Antes de sentarse en los banquillos, de Jémez se sabía que había sido un central disciplinado y duro (duro de los de antes), de los que marcaba al hombre literalmente, capaz de labrarse una carrera muy digna y jugar una Eurocopa en su momento más álgido, junto a Aguado en el Real Zaragoza de Chechu Rojo. Nada más aterrizar en La Romareda, la plantilla le eligió para negociar las primas. Con ese carácter de doble blindaje avanzó en este oficio recibiendo más elogios de sus técnicos que de la prensa, con la que siempre ha mantenido una prudencial distancia y de algún enfrentamiento a corazón abierto.

Antes de viajar al planeta con menos oxígeno del sistema deportivo, el de los entrenadores, muy pocos o casi nadie intuía que este defensa sin aristas tuviera como técnico una propuesta futbolística donde priman la exquisitez y el placer por encima del resultado. En el Rayo, modesto hasta las cejas, ha sembrado una idea que entronca con Cruyff y también con Lillo según ha reconocido en alguna ocasión. De esos románticos laberintos ha salido por ahora con un hermoso poemario de barrio bajo el brazo.

Ama el fútbol total, en los partidos y en los entrenamientos que ameniza sin parar. Los versos, sin embargo, los ha escrito en las paredes del vestuario. Hace año y pico, como guinda a la mejor temporada del Rayo en su historia, congregó por sorpresa a futbolistas y familiares antes de iniciarse el juego. Su iniciativa, recogida en vídeo, reflejó con pulcra e íntima exactitud la extensión tribal del equipo. Su discurso tuvo un profunda carga de sabiduría terrenal, de ser humano emocionado y emocionante.

Esta vez viene con los suyos al rescate de Carmen. Paco Jémez entiende la vida como compromiso y comunicación, como una defensa a ultranza de sus convicciones. Desprecia así la cobardía de no tomar la iniciativa en el campo o frente a un desahucio infame.

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