"Una señora de treinta y tantos, con relaciones problemáticas con su marido, que no llegaba a fin de mes, y con un adolescente conflictivo, empezó a tomar ansiolíticos, a exceder cada vez más las dosis que le habían recetado. Cada vez le hacía menos efecto pero no podía pasar sin el fármaco . Hasta que tuvimos que ingresarla. Estuvo una semana en desintoxicación". Este caso es uno de tantos que pasan por la consulta de Francisco Pascual, médico especializado en conductas adictivas en el Hospital de Alcoy. Es un buen ejemplo de hasta dónde puede llegar una inocente iniciación al mundo de los sedantes que empieza desconociendo el riesgo.

El psicólogo José Antonio Molina cree que uno de los factores decisivos en el auge descontrolado de los hipnosedantes es "la falta de conciencia del riesgo". "Bueno, si lo manda el médico, pues estará bien, se dicen muchos", señala. Esa confianza es la que lleva a aumentar la dosis y el tiempo de prescripción hasta que la marcha atrás ya es muy difícil.

Molina sostiene que esta sociedad se está acostumbrando a tirar de las pastillas ante cualquier dificultad, sea grande o pequeña, cuando siempre se había superado sin ayuda exterma. "El duelo, por ejemplo, ahora se medicaliza, cuando lo normal es afrontarlo, como se ha hecho siempre, para poder superarlo", añade.

Pastillas sin control

La ignorancia es un gran aliado de estas adiciones. Pascual relata cómo otro de sus pacientes, muy joven, "se lanzó a las pastillas" para poder hacer frente a su adicción al juego. "Creía que así podía eludir su ludopatía, pero a fuerza de aumentar la dosis también tuve que acabar mandándole ingresar en el hospital", recuerda.

Las adicciones más graves son las producidas por ansiolíticos como las benzodiacepinas (valium, orfidal, etcétera). Los antidepresivos de nueva generación, los que han surgido a partir del Prozac (la que se llegó a denominar la píldora de la felicidad) apenas tienen efectos secundarios y no crean dependencia física. Han supuesto un gran avance. En según que casos también tienen efectos ansiolíticos. El auge de los hipnosedantes se debe también en parte a la aparición de este tipo de fármacos que, sin embargo, no están exentos de riesgo, en este caso psicológico, no físico.

"Mi gran preocupación por el uso que se está haciendo de estos fármacos no es por el riesgo farmacológico, sino que estamos terminando de redondear el círculo de negación de la emoción y convirtiendo emociones normales en enfermedad: la tristeza la convertimos en depresión, el miedo en angustia, la timidez en fobia social... Medicamos al paciente y, como con el fármaco se encuentra mejor, ya no quiere renunciar a él, desarrolla una dependencia afectiva, psicológica. Pero es normal y sano tener miedo o sentirse triste de vez en cuando", reflexionaba recientemente José Luis Marín, el presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia.

Enrique, por ejemplo, acudió al centro de salud porque estaba desmotivado y no le apetecía emprender ninguna actividad. Le recetaron antidepresivos y apenas mejoró. Por propia iniciativa decidió acudir a psicoterapia y recuerda que eso es lo que más le ayudó. "Tomaba las pastillas al mismo tiempo que visitaba al psicólogo, y cuando dejé de tomarlas seguí yendo a las sesiones porque es lo que mejor me iba. Ahora ya solo voy muy de tanto en tanto", cuenta satisfecho.