Opinión | el triángulo

El mito del buen padre

Con 54 niños asesinados por su progenitor desde 2013, no podemos permitir que se niegue la violencia vicaria como un hecho colectivo

Si alguien quiere matar apostando su propia vida, lo hará. Los que son capaces de inmolarse para asesinar a otros aun con todos los servicios de inteligencia en alerta lo consiguen, cómo no va a poder ser frente a dos niños menores de cinco años. Incluso la filiación por paternidad no te impedirá presuntamente asesinar a los menores si consigues infligir mayor dolor en tu expareja que su propia muerte. La maldad que nos enseñaban en los cuentos de Andersen, en los textos religiosos y en los telediarios existe cerca de cada uno de nosotros. Es difícil aceptar su existencia lo que nos lleva a la incredulidad, primero, y a la desolación, después, ante asesinatos por violencia vicaria como los que se están investigando y que de confirmarse elevarían a 54 niños los asesinados por su padre para torturar en vida a la madre según los registros oficiales desde 2013.

No forman parte de un grupo de víctimas de crimen organizado, de terrorismo o de delitos económicos que originen un grave perjuicio al Estado, y sus causas se centralicen en un único organismo jurisdiccional como la Audiencia Nacional. Aquí cada víctima, cada familia va por libre, por cada juzgado de primera instancia, solicitando protección para la maltratada y esperando, por otro lado, que la Ley de protección integral de la infancia frente a la violencia sea aplicada para suspender cautelarmente visitas o custodias. Que exista esta posibilidad legal no quiere decir que sea mandatorio porque sigue siendo el juez el que tiene la potestad decisoria sobre mantener o suspender. Hay veces que las resoluciones se demuestran equivocadas con el tiempo, que la previsión del riesgo se minusvalora, e incluso que las propias mujeres somos incapaces de entender que esto nos puede pasar a nosotras y a nuestros hijos porque hacemos por separar el rol de pareja y de padre.

Cuando escucho campañas como el «si te pega no te quiere», me resultan indignantes porque ya sabemos que el maltrato no es amor, pero sigue existiendo una mirada colectiva que sobreentiende que se puede ser buen padre, aunque a la madre de los niños le hayas partido la cara. Es muy difícil deslindar una situación de la otra, es difícil no equivocarse y generar desprotección en algún progenitor paterno no aplicando con proporcionalidad la normativa, pero de lo que sí estoy segura es que sigue habiendo niños asesinados por sus padres. No podemos permitir que se niegue la existencia de la violencia vicaria como un hecho colectivo y como tal debe tratarse. Haya elecciones, polarización política o conflicto territorial, los niños primero.

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