Hay bienes cuyo valor, fluctuando sin reglas ni control, produce beneficios intangibles, plusvalías misteriosas, pelotazos insospechados. Porque esos intangibles suelen ser bastante corpóreos, sobre todo para quienes pueden meterles mano. Por ejemplo, el suelo urbanizable.

Fíjense en lo que dijo el otro día el ex-concejal delegado de Hacienda en tiempos del PP, don Ricardo Mur (un joven preparadísimo, sin duda): "No cabe contabilizar como deuda las expropiaciones del Tercer Cinturón, porque van a ser resueltas mediante permutas". Quiere decirse que, según este criterio, los suelos municipales o los aprovechamientos urbanísticos que se darán a los avispados terratenientes asentados en la nueva Ronda no tienen un valor determinado cuando pertenecen al municipio; se pueden usar como fácil y barato recurso para pagar el agujero que el Ayuntamiento se hizo a sí mismo de forma harto estúpida. ¿De qué deuda me hablan ustedes?

Pero los suelos o los volúmenes a permutar sí que valdrán miles de millones en manos de los señores del Cártel , que son, ¡oh, casualidades de la vida!, quienes compraron terrenos en el Tercer Cinturón cuando eran todavía rústicos y ahora los van a cobrar (porque al final los cobran, ¿no, don Ricardo?) como urbanizables. Así los pisos cuestan un huevo y la yema del otro, y la gente las pasa moradas para pagarlos como es bien sabido. O sea, que lo intangible deja de serlo cuando se encarna en una hipoteca por treinta y cinco años.

Claro que como estamos en un momento político que tiende a los efectos retroactivos, aquí los hay que sólo ven tangibles los sueldos de los asesores de Belloch, los menús de las próximas comidas que organice el nuevo Ayuntamiento o los gastos de representación de las autoridades socialistas (y por cierto, que tales partidas llevaban ocho años siendo intangibles, pues nadie reparó en los asesores, las comidas y los gastos de los dos últimos alcaldes de Zaragoza y de sus colaboradores).

Este lío, se lo juro, nos tiene muy despistados a quienes tuvimos desde siempre el empeño en poner cada cosa en su sitio... y con un solo precio para todos. La intagibilidad nos desborda.