Ya estamos un año más con la Semana Santa a cuestas y lo digo a conciencia. Cuando uno es algo como yo, literalmente cada Semana Santa se sube a mis espaldas. Uno tiene el orgullo de ocupar un lugar privilegiado durante todo el año y, de vez en cuando, a lo largo del mismo, uno contempla algún que otro acto en esta santa plaza, pero cuando llega Semana Santa, ser el Monumento al Cofrade en la plaza San Cayetano, no te salva de que la gente se suba a tus espaldas para poder ver algo más que los picos de los capirotes que poblarán la plaza desde esta misma tarde. ¡Y comienzan nueve días de vorágine cofrade en esta plaza!

Hoy mismo, el pregón y, como dice ese maldito Murphy y sus leyes: Todo lo que pueda salir mal, pasará y este año ha pasado: Montserrat Caballé, se lesionó. La que iba a ser una pregonera de peso de nuestra Semana Santa (ojo, sin chirigotas por lo de pregonera de peso), lo iba a ser por el renombre de su persona, porque el pregonero definitivo, Julián Ruiz Martorell, obispo de Huesca y de Jaca, tiene tanto peso o más en estas lides.

La gente que pasa por la plaza estos días parlotea sobre el papel del pregonero y les oigo decir:

-- El pregonero debería ser siempre alguien famoso internacionalmente, que para eso somos de interés turístico internacional.

-- No señor, el pregonero debería ser de Zaragoza, que para eso es nuestra Semana Santa.

La cuestión, a mi entender, no radica en de donde es el pregonero o su fama pública; en realidad el pregonero solo tiene que hacer hincapie en los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús y esos los sabe tanto igual el obispo de Huesca como Montserrat Caballé, y los conoce uno de Zaragoza y la ciudadanía entera de Cuenca. Lo importante es que el pregonero nos haga sentir que todo lo que va a suceder en nuestras calles, teniendo como centro neurálgico la plaza que yo habito, tiene un sentido que trasciende al tambor y al bombo, a los pasos, a los atributos y a toda parafernalia.

Novedades

Este año, nuestra Semana Santa viene cargada de novedades y celebraciones, aparte de restauraciones y estrenos de banderas, mazas y demás; saldrá a la calle una buena muestra del enriquecimiento patrimonial de nuestras cofradías. La cofradía de la Institución de la Sagrada Eucaristía sustituye al Señor de la Cena, en su paso del cenáculo, por una estupenda talla de factura andaluza; los niños de la cofradía de Jesús Nazareno llevarán un nuevo paso con una antigua Virgen Dolorosa, datada en 1742 y, por último, la cofradía de las Siete Palabras procesionará el Viernes Santo el nuevo paso del Cristo de la Séptima Palabra; coincidiendo con el estreno de este, esta cofradía celebra el 75 aniversario de la instauración del tambor en Zaragoza, así como su 75 aniversario fundacional, efemérides que comparte con la cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén y la del Descendimiento.

Matices aparte, lo que une a un cofrade con su Semana Santa, incluso a una ciudad entera con esta celebración, es un sentimiento visceral; algo te corre por las tripas cuando oyes los tambores y bombos y demás instrumentos, cuando ves el movimiento lánguido o bamboleante de nuestros pasos, tímidamente iluminados por su candelería o la luminosidad de las cofradías matutinas. Algo empuja a una población, que quizás el resto del año no se plantee ningún tipo de celebración religiosa, a invadir las calles para contemplar tal despliegue.

Unos movidos por la tradición, otros por el ruido, otros por el interés cultural y patrimonial y muchos, por devoción, volveréis a asiros a mi cabeza para intentar ganar siquiera unos centímetros para deleitaros con los muchos encierros o encierres de cofradías dentro de mi compañera la iglesia de Santa Isabel, para mí, de San Cayetano. Mientras mi amiga, la Samaritana se salva de cargar a su grupa con algún que otro avezado escalador por ese foso acuático que la rodea.

Hermandad

Hoy es uno de esos días de FRATERNIDAD escrita con mayúsculas. Tal y como yo lo veo (y lo veo muy bien porque estoy frente a la puerta de la iglesia) que las 24 cofradías y hermandades se unan, con sus estandartes, representaciones instrumentales y el piquete intercofradías, para dar la bienvenida a la Semana Santa y anunciarla a los cuatro vientos, avisando que va a ocupar las calles, que va a atronar los oídos, que va a erizar los cabellos y sobrecoger los corazones, es un ejemplo de fraternidad.

Yo nací cofrade, alguien me forjó en una fragua de bronce, es lo que soy, por ello me asombra cada Semana Santa el que haya gente que, pudiendo hacer otras cosas, decide invertir su tiempo en ensayar y tocar su instrumento por encima de las inclemencias climatológicas, empujar o cargar un paso, portar una vela o un atributo y dedicarle, a lo largo del año, tiempo y esfuerzo a la vida de su cofradía. También me maravilla la gente que, en estas fechas, asiste como público a las procesiones, los cofrades, me consta, les agradecen este interés y, ¡qué puñetas!, yo también agradezco el peso de los que se suben a mi espalda, por favor sigan haciéndolo, pero solo les pido un detalle, tengan cuidado con mi niño.