En un recorrido entre Calatayud y la laguna de Gallocanta se pueden encontrar elementos arquitectónicos que resumen casi todo el devenir histórico de los aragoneses. Yacimientos romanos, torres mudéjares, iglesias románicas, patrimonio industrial. Esta ruta, de 62 kilómetros, es la excusa perfecta para conocer monumentos emblemáticos y además disfrutar del espectáculo natural que supone el entorno de Gallocanta. Un plan perfecto para toda la familia.

El paseo comienza en el yacimiento arqueológico de Bílbilis, cuna romana de la actual Calatayud. Tras una pequeña caminata se accede a las ruinas, en la actualidad algo descuidadas. Paseando por la zona se pueden descubrir antiguos trazados y los restos del espectacular foro. De todo lo conservado, los lugares más llamativos son los de las termas o baños, protegidos por una cubierta. Con detenimiento se pueden contemplar los vestuarios con las hornacinas para guardar la ropa y las sucesivas salas de agua caliente, templada y fría.

Siguiendo la ruta se llega a una Calatayud repleta de templos y casas señoriales, fiel reflejo de su próspero pasado. El viajero puede recorrer con tiempo las iglesias de San Juan el Real y San Andrés, así como la colegiata de Santa María. Y también el museo Arqueológico, la plaza del Mercado y la posada de la la Dolores.

Arqueología

Las localidades cercanas de Terrer y Ateca ofrecen singulares torres mudéjares que valen la pena. Con poco tiempo para el descanso (qué se le va a hacer) se pasará por Maluenda (la iglesia parroquial de la Asunción tiene una planta robusta y una sorprendente decoración mudéjar y colorida) y Morata del Jiloca. Según indican en el ayuntamiento de Maluenda, en el cerro situado detrás del castillo existe un yacimiento datado en la Edad del Bronce, del que se han extraído diversos materiales que hoy se encuentran expuestos en el museo arqueológico de Calatayud. Hasta hace muy pocos años también se conservaba un puente romano que permitía cruzar el río Jiloca. Hubo un tiempo en que el pueblo estaba amurallado aunque en la actualidad apenas quedan vestigios de la construcción.

Ya en la monumental Daroca, ciudad amurallada y románica, destacan la iglesia colegial de Santa María de los Sagrados Corporales, el museo Comarcal y las puertas Baja y Alta. En su época de mayor esplendor la villa de Daroca estuvo protegida por una sólida muralla que defendía una floreciente población que supo desarrollar una monumentalidad como pocas ciudades aragonesas. Ciento catorce torreones se disponen a lo largo de los cerca de cuatro mil metros de trazado amurallado que rodea el municipio. En todo caso, toda seguridad era poca para conservar las riquezas que alberga su interior. Palacios, iglesias , los milagrosos Corporales (de plena actualidad), ricas pinturas góticas... Un destino cultural de primer orden en el oeste de la provincia. Aunque en la actualidad solo conserve cinco de aquellas espectaculares entradas.

Como los viajeros ya han recorrido bastantes kilómetros a lo largo de los avatares aragoneses, Daroca es el mejor lugar para comprar dulces tradicionales de origen sefardí. Según destacan los responsables municipales, son especialidades darocenses las famosas rosquillas de Daroca, hechas con huevos, harina y azúcar, las sabrosas almojábanas, a base de pasta con huevos, leche y azúcar y con dulces rellenos. Sobresale en este campo la labor de la pastelería Manuel Segura, que mantiene un museo dedicado a la repostería en la localidad.

Si la ruta se realiza en noviembre o febrero es recomendable acercarse a la laguna de Gallocanta, a escasos 30 minutos. El viajero descubrirá un singular espacio natural de concentración de aves migratorias, en especial grullas. Paciencia, prismáticos y ganas de descubrir la riqueza natural de la comunidad son los ingredientes necesarios para poner el punto y final a una ruta por las torres y los cielos.