En la actual sociedad, la genialidad está sobrevalorada. Todos los ases, los líderes, son genios, del arte, de la interpretación, del motociclismo... Estrellas que brillan en el firmamento de la mediocridad y que cobran, en consecuencia, cantidades astronómicas por deslumbrar a los simples mortales, esos que nunca serán genios, condenados a llevar vidas vulgares y a admirar a los que no lo son.

Pero, ¿sabía Kafka que era un genio? Probablemente, no, como Dostoievski tampoco sabía otra cosa que o entregaba El jugador en 23 días o le embargaban todos los bienes debido, precisamente, a deudas de juego. Proust, como Cervantes con El Quijote, tuvo que pagar de su bolsillo la primera edición de A la búsqueda del tiempo perdido, y es recurrente que Van Gogh no vendió un cuadro en toda su vida. Sin embargo hoy, cualquier artista con las debidas influencias es canonizado rápidamente como luz de su generación y faro de la humanidad.

Un autor aragonés, Jorge Torres Quílez, parece haber querido poner un poco de orden en esta orgía del talento gratuito y se ha centrado en reflexionar sobre los genios, el genio, la genialidad, las genialidades y otros extremos de la inteligencia humana.

El resultado es un libro, Los genios ya no nacen (Editorial Círculo Rojo) que se lee con agrado y fluidez, y a menudo con una sonrisa en los labios.

Economista de profesión, destacado en su campo, Torres Quílez analiza las supuestas virtudes de los genios con una mezcla de lógica, ironía y rigor, trufando su ensayo de interesantes conclusiones, divertidas anécdotas y una larga nómina de ejemplos de cómo grandes genios llegaron a serlo.

Básicamente, la conclusión principal de este desmitificador ensayo reside en el descubrimiento de que los genios contemporáneos, los Henry Ford, Edison, Ramón y Cajal, Bill Gates, etcétera, lo han sido o lo son en sus respectivas especialidades a base del esfuerzo, del trabajo, de las horas de laboratorio, de quirófano, de investigación, del sudor, del hurto de descanso al sueño, del sacrificio, incluso del dolor... Que son, en suma, gente corriente, como el resto de los mortales, como nosotros, sólo que trabajan más, se esfuerzan más, piensan y escriben o ensayan o pintan o construyen más. Una llamada a la perseverancia y al método en este mundo loco del genios del cuché.