Estamos en crisis, y no hay pocos ciudadanos que la sufren. Pero los bares, restaurantes y similares a tope. Más que nunca, es imprescindible reservar mesa con antelación o codear en busca de espacio en los garitos mil. Y subiendo al Pirineo, versión paseo o esquí, colas y paciencia. Crisis, sí pero consumo a tope. Después nos quejamos del precio de los libros escolares, de los mínimos euros que el profesor de turno pide para desarrollar una actividad extraescolar, que muy bien podría ahorrarse, o de esos viajes de estudios tan a la moda y que tanto dinero cuestan a las economías familiares. Se ha puesto de moda el consumo made in USA, esos nombres tan raros, los descuentos falsos, los outlets, bueno, un maremágnum de chupar las perras que sobran tras cobrar un salario que apenas sirve para el día a día, el alquiler, la luz, el gas, el teléfono, el agua y los impuestos varios. Quienes pueden hacerlo. Crisis, ¿qué crisis? La de solidaridad y esto es el colmo. Solidarios son esos funcionarios aragoneses que están esperando cobrar su paga extra desde hace años, o los pequeños empresarios a quienes yugulan con impuestos, o las madres solteras. Nos hemos convertido en una sociedad consumista donde los valores hacen aguas . La crisis tiene que ver con los dineros, sin duda, pero sobre todo con los valores. Y me parece que es lo realmente dramático de la historia que nos toca vivir. Nos han robado la ética y la conciencia, nos llaman al orden bancario, nos han roto el sentido humano, nos exigen consumir y callar en falso gozo. ¿De qué hablamos cuando hablamos de crisis?