195 días de espera. Más de seis meses. Eso es lo que ha durado el segundo estado de alarma en España para tratar de contener el avance de la pandemia. Probablemente lo ha conseguido, pero a las 00.00 horas de este domingo la ley decayó, y su medida estrella, el toque de queda, quedó suspendida. La comunidad autónoma dejó de estar confinada. Los aragoneses, en gran medida jóvenes, saltaron a las calles para celebrar su primer paseo nocturno en meses. Y sí, los paseos predominaron ante los botellones, quizás por el amplísimo despliegue que Policía Local y Nacional pusieron en marcha por toda la ciudad para asegurar el cumplimiento de la normativa anticovid, que aún sigue vigente. No obstante, la lección estaba aprendida: el botellón está perdiendo la batalla. En Zaragoza se levantaron 30 actas, principalmente por consumo de alcohol y por no llevar mascarilla.

En Teruel salió menos gente de lo esperado: no se detectaron puntos conflictivos y se interpusieron 15 propuestas de sanción por incumplir las medidas de seguridad. En Huesca transcurrió sin incidencias reseñables y sin botellones ni fiestas masivas. Lo más "destacado" para la Policía Local fue varias quejas por ruido, un aviso de pelea en un bar del Casco sin que hiciera falta intervención policial y un vehículo que alguien dejó abandonado en la zona del Lidl tras salirse de la vía y que fue llevado al depósito.

Las lamentables imágenes que se vieron en otros puntos de la geografía española no se reprodujeron en las capitales aragonesas.

El estado de alarma decayó entre un ambiente de celebración. Ayudó una tarde más que primaveral en la que las terrazas bien pudieron hacer su agosto. Se acercaba la hora marcada, las 23.00 horas, cuando daría inicio el último toque de queda, a su vez el más corto. Las prisas se adueñaron de los que pensaban que todavía se pondrían multas y se vieron las últimas carreras. Tres veinteañeros con bolsas de comida rápida en la mano se dirigían a casa de uno de ellos: “Íbamos a cenar en la Expo, pero había mucha policía. Bajaremos en cuanto sean las doce para celebrarlo”. Cuando el silencio reinaba en la calle comenzó a intuirse la realidad: de muchos pisos emanaban a borbotones risas, jaleo y música, lo que delataba la presencia de algunas fiestas que comenzaban a brotar. La celebración del fin del toque de queda pareció obviar la prohibición de las reuniones entre no convivientes.

Jóvenes en el parque de La Granja. JAIME GALINDO

Finalizó el toque de queda a las doce entre algunos vítores, cánticos y algún que otro aplauso. Y a la misma hora dio comienzo la batida que iba a patrullar la ciudad en busca de botellones y conductas ilegales. La Policía Nacional, dependiente de la Delegación de Gobierno, se encargó de la margen izquierda del río Ebro y de zonas como el campus universitario o el Parque José Antonio Labordeta. La Policía Local, que desplegó todos los efectivos de la unidad UAPO (Unidad de Apoyo Operativo) y a la que EL PERIÓDICO acompañó en la velada, se encargó de la margen izquierda y de algunos parques que se esperaban conflictivos. Se vio mucha gente por las calles, sí, pero irresponsabilidad, lo que se dice irresponsabilidad, más bien poca.

La primera parada del dispositivo es el parque junto al SD Tiro de Pichón, en la calle Sierra de Vicor, cerca de las 00.30 horas. Está desierto, o al menos lo parece. Los policías buscan entre la maleza cercana a la ribera del río. “A veces viene gente a hacer deporte y luego se quedan bebiendo hasta las mil”, dice un agente. Más adelante aparece el primer grupo de la noche. Tres chavales se quedan sorprendidos por el despliegue de medios. Mascarilla subida y ni rastro de botellas. Cuando la policía se aleja, confiesan que han cenado por allí durante la hora muerta del toque de queda para esperar juntos la suspensión de la medida. “Y escuchando a Phil Collins, un lujo”, añade uno de los jóvenes.

La tarde previa al último toque de queda prometía movimiento. Muchos jóvenes portaban bolsas de los que se escapaba el tintineo característico de las botellas de alcohol. El buen tiempo, más que primaveral, y el partido del Real Zaragoza no dejaron una terraza libre. Los grupos de WhatsApp hervían con incitaciones a celebrar en la calle el decaimiento del estado de alarma. No todos salieron: a algunos les venció la pereza y decidieron que ya probarían la noche en otra ocasión.

Zaragoza estaba desierta antes de que declinara el toque de queda JAIME GALINDO

El dispositivo policial se desplaza al Parque Miraflores, junto al CDM La Granja, a eso de la una de la madrugada. Allí sí se encuentran con un grupo numeroso. Casi 20 chavales, entre los que hay algunos menores de edad, se amontonan en torno a las mesas y bancos del parque. La sospecha de un botellón sobrevuela la cabeza de los agentes. No obstante, llama la atención la tranquilidad de los jóvenes. Aunque están divididos en grupos, la Policía les recuerda que el número máximo para estar juntos es de seis personas. Un joven se muestra algo desconcertado: “¿Pero eso no acababa con el Estado de Alarma?”. Y el agente le explica que no, que traten de mantener la distancia. Y eso es todo. Otros agentes buscan detrás de unos setos por si hubieran escondido botellas. Aparece tan solo una, casi vacía, a la que no dan importancia. “Es probable que ni sea suya”, asevera un agente, a lo que otro le confirma: “Aquí no molestan a nadie”. 

En la nueva noche zaragozana lo que manda es la responsabilidad. Es más, ahora incluso triunfa el deporte. Una veintena de patinadores recorre Zaragoza con nocturnidad y sin alevosía. Con el vientecillo de la libertad azotándoles en la cara recorren la calle Escrivá de Balaguer, cerca de la Aljafería.

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La redada continúa su búsqueda hasta el parque Torreramona, donde la Policía sabe que suelen concentrarse jóvenes para beber. No esta noche, desde luego. Allí reciben el aviso de que hay un botellón considerable en Miralbueno. El reloj marca las 01.30 horas, y algunos chavales podrían despistarse en su prevención. El dispositivo marcha hacia allí con premura. La información hablaba de entre 15 y 20 personas, pero al llegar quedan cuatro y ni rastro del alcohol. Imposible identificar si allí se ubica el lugar de la infracción, aunque todo apunta a que se los muchachos se han dispersado con habilidad para evitar ser cazados. “Será la tónica de esta noche”, comenta un agente. Reciben otro aviso, esta vez de un vecino, que alerta de que un pub de la zona podría estar abierto. Negativo. Cerrado a cal y canto. No será esta noche la que promulgue el incivismo.

La aguja del reloj pasa ya de las 02.15 horas y el dispositivo decide realizar su última patrulla en los pinares de Venecia. Se observan varios coches, parejas en bicicleta o a pie e incluso una familia bien vestida cuya niña está recién comulgada. El mejor regalo, volver a pisar la calle de noche. Los patinadores vuelven a encontrarse con el dispositivo en el parque de La Paz. Siguen el carril bici y se pierden entre las callejuelas. La noche zaragozana fue tranquila, más de lo esperado. Y que siga así.