Ahora se está dando cuenta de que algo pasaba, pero nunca se ha reconocido como enferma. Y eso que con su 1,67 metros de estatura, Rosana Martín llegó a pesar 39 kilos. «Yo tenía mucha energía, me comía el mundo» pero no alimentaba su cuerpo. Quizá medio plato de judía verde y «hacía mucho ejercicio». Este era el día a día de Rosana durante el confinamiento. Antes había tenido una pequeña angina de pecho por ansiedad en el trabajo (11 de febrero de 2020). El confinamiento, el pensar, el excesivo ejercicio, no moverse hizo que «se me cerrara el estómago». Lo único que conseguía evadirla de sus problemas personales era el ejercicio. Se dio cuenta del problema porque un día «no podía moverme» así que dejó el deporte, porque además tenía a cargo a su hija de 5 años. Esa quietud hizo que recuperara energía.

Tras el confinamiento fue el médico de cabecera, quien le derivó a salud mental y tras estar en terapias y el hospital de día, la ingresaron en el Provincial el 18 de enero (hasta el 10 de marzo) –donde demanda una psicóloga, que falta desde septiembre–.

No le gustan los cambios físicos de su cuerpo porque «me he acostumbrado a estar tan delgada y no me gusta cómo estoy», señala; y ahora, con 50 kilos, pronto volverá a trabajar pese a que le falta recuperar peso. Tiene miedo por si recae y la tensión provoca que «se me olvide comer».

Su familia (los grandes olvidados) está contenta y también su hija. «Por ella no quería ingresarme, pero por ella me ingresé. Es la persona por la que sigo en pie». Palabras de la pequeña como «qué guapa estás» le hacen seguir adelante.