Han sido los protagonistas en la sombra del éxito de la misión de repatriación en el aeropuerto de Kabul. Tan solo un día después de que el Gobierno de España anunciara el fin de la primera fase de la evacuación, los militares del Ejército del Aire que la han hecho posible llegaron a Zaragoza tan cansados como sonrientes.

«Estamos contentos por haber terminado nuestra misión, por haber contribuido a que la población afgana pudiera salir de ahí». Este es el resumen que hizo el sargento Salazar, quien conversaba abrazado a su pareja antes de contestar a las preguntas de este diario. «Han sido muchas horas de trabajo, pocas de sueño. Desde que salimos el día 17 no se ha dejado de trabajar», explicó este joven militar del Ejército del Aire.

Sin embargo, hubo una jornada que sobresale por encima de los demás por lo dramático de la experiencia. «El día del atentado fue uno de los más inciertos. Cuando nos enteramos, hubo muchísima incertidumbre y miedo por los compañeros que estaban en el aeropuerto», recordó Salazar tras su llegada a la pista de aterrizaje. «Ahora lo único que nos queda es descansar y disfrutar de la familia», concluyó, animado.

Emociones de la misión

Con este deseo coincidió el teniente Fernández, quien dijo estar «cansado pero contento» por el reconocido éxito de la evacuación. «Aunque era una misión de paz, sabes que siempre existe el riesgo», expresó mientras reflexionaba. Otro de los militares que participaron en el operativo, Jesús Cruz, del EADA y destinado en Dubái, destacó ante los medios la satisfacción que han vivido cada vez que trasladaban en aviones a estas personas, algunos muy pequeños. «A pesar de llevar solo una mochila tenían una sonrisa, porque sabían que iban a una vida mejor», declaró el militar.

Esta era la idea generalizada. Lo que movía a los soldados era la sensación de que la operación lograría un avance en la vida de multitud de personas. Un joven soldado dijo sentirse «satisfecho por transportar a los refugiados, especialmente a los niños, quienes volaban hacia una mejor vida». Además, añadió que dentro del aeropuerto de Kabul, donde cooperaban distintas fuerzas armadas internacionales y donde no llegaron a entrar los talibanes durante la evacuación española, «no se estaba demasiado inseguro».

Los besos, abrazos y saludos se extendieron a lo largo de todo el hangar habilitado para la recepción del contingente. Compañeros y allegados, oficiales y subalternos; en todos sus rostros se entreveía el reconocimiento por el trabajo bien hecho. Algunas personas allí presentes se emocionaron, otras grababan la llegada de los dos aviones, que lo hicieron bajo un naranja atardecer.

Mientras tanto, la ministra de Defensa, Margarita Robles, entablaba conversaciones con soldados y sus hijos, a quienes preguntaba por su opinión acerca del desempeño de sus padres.

Un poco alejados de la acción, los compañeros del Ejército del Aire vivían expectantes el momento de la llegada de sus compañeros se mostraban orgullosos de la participación. Un militar reconoció haber interrumpido sus vacaciones para ayudar con la crisis desde la base zaragozana. «Pero es que somos militares y es lo que debemos hacer», dijo con premura.

Otra militar del Aire, también sonriente ante la llegada de sus camaradas, afirmó que era «muy gratificante» formar parte del mismo destacamento que aquellos que acababan de llegar. Además, quiso resaltar que la de Afganistán era una de las misiones «más difíciles que existen», sobre todo por el riesgo que entrañaba.

El sentimiento era generalizado. Después de once días de misión, desde que despegaron el lunes 17 de la base de Zaragoza, por fin estaban en casa.