Ángel Luís Serrano, exdelegado

Ángel Luís Serrano, exdelegado EL PERIÓDICO

Ángel Luis Serrano fue gobernador, primero, y delegado del Gobierno de España en Aragón, a continuación, entre diciembre de 1982 y septiembre de 1988, una época muy difícil en la que España salía a duras penas del golpe de Estado de Tejero pero era golpeada casi a diario por el terrorismo etarra.

Para él el momento más duro de aquella época «fueron los dos atentados que hubo en Zaragoza, en especial el de la casa cuartel de la Guardia Civil en 1987». 11 personas murieron, entre ellos cinco niñas, y 88 resultaron heridas, la mayoría de ellas civiles. Hubo un primer aviso serio, recuerda, fue cuando la explosión de un coche bomba hizo volar por los aires un autobús que se dirigía a la Academia General Militar, con dos fallecidos y varios heridos. «Aquello nos puso en alerta, pero entonces había unas limitaciones en cuanto a la información que años después ya no se darían», explica.

Del segundo atentado, el más mortífero que ha sufrido Zaragoza, se enteró al instante. «Oí un gran estruendo que sonó a primera hora de la mañana», recuerda. Y lo primero que hizo fue dirigirse en un coche Zeta de la Policía Nacional al lugar de la terrible explosión, donde vio cómo los propios supervivientes y los equipos de emergencia recién llegados «sacaban cuerpos sin vida de entre las ruinas».

«Fue espantoso, los focos de los bomberos mostraban que todo estaba reducido a escombros», señala. Luego fue al hospital al que habían trasladado a las víctimas. Allí presenció algo que no se le borrará jamás de la memoria: los cuerpos de jóvenes y de niños, inertes, «colocados sobre el mármol» del depósito de cadáveres.

«Había mandos, oficiales de la Guardia Civil que estaban llorando o vomitando en los rincones», continúa. Pero él siguió mirando y entonces vio horrorizado que, al retirar una sábana, aparecía el cuerpo de una niña. «Yo entonces tenía un hijo de 4 años y lo cierto es que lo que vi, esos niños asesinados por la sinrazón, me impactó tremendamente», añade con voz entrecortada por la emoción.

Pasados los años, Serrano subraya que «aquella herida no ha llegado a cicatrizar», aunque ve difícil la vuelta de la ETA que había antes. «La ayuda de Francia y la mejora de los servicios de información llevaron a la desaparición de la banda, pero lo que no ha desaparecido es el dolor por las víctimas que dejaron detrás, afirma Ángel Luis Serrano. En su mente sigue muy presente ese dolor de las familias, más aún cuando muchas víctimas todavía no han atentado poner cara al autor del atentado que les arrebató la vida de su ser querido.

Lucía García junto a su marido Atanasio Ruíz

Lucía García junto a su marido Atanasio Ruíz EL PERIÓDICO

 «Conocíamos a toda la gente que murió»

El coche bomba que explotó en la casa cuartel de Zaragoza estaba cargado con 250 kilos de explosivos, mató a 11 personas (cinco de ellas niños) y hirió a otras 88. Una de las heridas fue Lucia García que los 41 años vivía allí con su marido, guardia civil, y sus dos hijas que tenían 15 y 11 años. La onda expansiva la hizo caerse de la cama y el golpe le provocó daños en la columna que sigue arrastrando a día de hoy a sus 75 años dejándola «prácticamente invalida».

«Fue como si lanzaran fuegos artificiales en nuestro dormitorio, enseguida supimos que había pasado y mi marido se fue a ver si estaban bien las niñas», recuerda. Esa misma mañana un hermano de Lucía la acogió a ella y a sus dos hijas en su casa, «a mi marido no lo volví a ver hasta las nueve de la noche, hasta que no se aseguraron de que no quedaba nadie más entre los escombros no nos vino a buscar». Aquel mismo día las dos hijas del matrimonio asistieron a clase. En cuanto las dos niñas volvieron al hotel el matrimonio las sentó y les explicó que había pasado, «nunca les ocultamos lo que era ETA».

Lucia recuerda con pena las semanas que sucedieron al atentado, «tuvimos mucho apoyo pero es que lo habíamos perdido todo, llevábamos 10 años viviendo en el cuartel y conocíamos a toda la gente que murió».

34 años después del atentado Lucía García tiene clara su postura, «la rabia no se me quitará nunca y si vinieran y me pidieran perdón yo no les perdonaría, porque yo nunca he hecho daño a nadie y ellos a nosotros nos hicieron mucho daño»

Marta y José María vivieron en Bilbao entre 1989 y 1992 EL PERIÓDICO

«En la verdulería me preguntaban  si yo era mujer de guardia civil»

En el año 1989, con 22 años y recién casada, Marta se mudó junto con su marido José María a Bilbao. Ella todavía estaba terminado COU, él trabajaba en el equipo de sucursales de Zaragoza del Banco Central. Un traslado de la empresa fue el motivo que les hizo dejar su pueblo, Maella, para pasar tres años en el País Vasco.

«Vivíamos en el centro, justo al lado de ayuntamiento, por lo menos dos veces por semana había manifestación, ellos pedían que acercaran a los presos a cárceles del País Vasco», cuenta la aragonesa. Los propios compañeros de clase de Marta, abertzales y simpatizantes, eran lo que la orientaban sobre qué zonas de la ciudad evitar, «me decían, Marta hoy ni se te ocurra ir al centro que tenemos manifa, no vengas que vamos a por los policías», recuerda Marta. Ella misma reconoce que nunca se sintió apartada, «eran más jóvenes que yo pero tenían muy claro quién era su enemigo, no les importaba que no fueras de allí, pero si eras vasco mejor», añade

Aunque siempre se vio arropada, también hubo momentos duros. «Durante los primeros días después de la mudanza bajé al mercado, yo todavía no conocía a nadie y nadie me conocía a mi, al llegar a la verdulería antes de que pudiera pedir me preguntaron que si era mujer de guardia civil, me volvió a pasar en la charcutería, yo era una cría y les decía:«No, mi marido es banquero». «Me justificaba porque les tenía miedo», comenta Marta.

En el caso de su marido, la situación no era muy distinta, «en el banco cuidaba mucho los comentarios, hablaban mucho de fútbol pero nunca de política» . Este era uno de los peores miedos de la pareja, «nunca sabías con quien estabas hablado realmente, el que menos te esperabas era el más simpatizante y lo peor es que no sabías quién te estaba escuchando por la calle». La aragonesa incide en que era la incertidumbre lo que marcaba el transcurso de los días en Bilbao, «viviendo allí aprendimos a no hablar con nadie de política», añade

De esos tres años Marta recuerda aprender a convivir con la situación imperante. «No teníamos tanto miedo porque éramos muy jóvenes y más inconscientes, además también había mucha gente que nos avisaba y nos ayudaba», comenta Marta.

La zaragozana reconoce que la familia que dejaban atrás fue la que peor lo pasó, «tenían mucho miedo porque Bilbao salía día sí y día también en los telediarios y nunca era para decir nada bueno. Cuando ya llevábamos un tiempo allí llevé a mi madre, para que viera que no era para tanto y que estábamos bien».

Los atentados y los asesinatos eran un constante en el día a día de Bilbao y las muestras de repulsa se repetían por toda la ciudad, «cada vez que alguien moría nos reuníamos en la plaza Artxanda, encendíamos velas, poníamos flores y guardábamos cinco minutos de silencio, íbamos fuera quien fuera el asesinado, nos daba igual el partido político, para nosotros todo eran personas», cuenta. La mayoría de los que en aquella plaza se reunían eran de fuera del País Vasco, pero unos cuantos locales se aceraban a participar en estas protestas pacíficas. 

En 1992 la pareja dejó el País Vasco y se instaló en Zaragoza donde forjó su vida, tuvieron dos hijos y donde continúa residiendo actualmente. Ambos siguen volviendo al País Vasco de visita siempre que pueden, de esos tres años se quedan con «los buenos momentos, los paisajes y la comida».