Hace años que la luz cobró para ella otro significado, que las primeras impresiones dieron paso a la prudencia, la intimidad y la escucha / Voluntaria en el Teléfono de la Esperanza y estudiante de Psicología, considera la ONCE como una madre para la que solo tiene gratitud

Lo primero gracias por abrirme la puerta de tu casa. Lo hace todo mucho más cálido.

Mi casa es un lugar muy especial para mí, y me gusta compartirlo con las personas con las que me siento bien. Da igual que vuelva de un viaje de un mes o de sacar a la perra. Es abrir la puerta, entrar, y me lleno de paz, respiro. Además, como soy ciega, prefiero hablar de ciertos temas aquí, porque yo no sé si hay alguien al lado escuchando (ríe).

Luz en la escucha. Ángel de Castro

Háblame del paso a esta nueva forma de percibir el mundo.

Con 15 años me detectaron diabetes mellitus tipo 1, que me provocó hemorragias en los vasos sanguíneos de la retina. A raíz de esto, con 27 años, me practicaron dos vitrectomías para evitar quedarme ciega, pero la operación no salió bien y perdí uno de los ojos. En el otro, desarrollé una visión de túnel, veía solo de frente y muy poquito espacio. Con el paso del tiempo, los colores brillantes se fueron haciendo más opacos. Los rojos eran cada vez menos intensos, confundía el azul marino con el negro, después empecé a ver en escala de grises, como desenfocado... hasta que todo se fue yendo. No llegas a darte cuenta del todo. Vas integrando en tu vida la falta de visión.

"Una persona ciega lo puede hacer casi todo, solo que de un modo distinto y con más tiempo"

Partir de una referencia visual del mundo no lo pondría fácil.

Recuerdo que por las mañanas, nada más despertarme, miraba hacia la persiana y, si entraba luz por las rendijas, me tranquilizaba, significaba que aún veía. Para mí la idea de quedarme ciega era como estar metida en una caja, ser prisionera de mí misma... pero bueno, como se suele decir, el que sobrevive no es el más fuerte sino el que mejor se adapta.

Y entonces llegó la ONCE.

Me afilié con 29 años y, a partir de ese momento, yo tuve otra madre, que me acogió y me enseñó todo lo que ya sabía, pero sin ver. Planchar, hacer la cama, cocinar de otra manera, leer en braille, caminar con el bastón... Realmente una persona ciega lo puede hacer casi todo, solo que de un modo distinto y con más tiempo. Al principio fue algo complicado, porque a mis padres, como es lógico, les costaba asumir la idea de no ver. No les gusta que diga que soy ciega. Yo lo prefiero a invidente, porque no sé si eso se refiere a "vidente" o a "diente" (ríe).

Siempre hacia arriba. ÁNGEL DE CASTRO

¿Sueñas de la misma forma?

Sí, y de hecho mi familia y mis amigos no envejecen en los sueños. Yo no me imagino cómo es mi padre ahora, lo conservo con sus rizos. O mi compañero de trabajo Alberto, al que veo igual de guapo y con los mismos ojazos (ríe). Además es curioso, porque a lo mejor sueño que estoy en la ONCE o que voy por la calle con mi perro guía y yo siempre veo.

Antes de la entrevista me comentaste que la ceguera pone ciertos obstáculos pero también borra otros.

La vista es muy rápida y da mucha información, pero también hace que no te fijes en cosas que quizá son más importantes... Solemos formarnos una idea del otro según cómo va vestido, si es atractivo o si aparca un BMW, pero cuando no ves, lo que te llega de la persona es lo que te transmite hablando, y con la voz no se puede disimular. El cambio más significativo en mí ha sido la manera de escuchar y comprender a los demás, porque sé que no puedo obtener otra información que la que me quieran contar.

"Creo que no es tanto ayudar sino ofrecer ayuda"

¿Crees que hemos normalizado lo suficiente a las personas ciegas?

No. A menudo, primero se ve al ciego, si tiene perro es más gracioso, después a la persona y por último a la mujer. Cuando perdí la vista, me dijeron que a partir de entonces tendría que demostrar todo. La mayoría se vuelca y actúa con buena intención, pero creo que no es tanto ayudar sino ofrecer ayuda. Si por ejemplo vas a un restaurante con alguien que ve, parece que tiene que estar pendiente de ti, por eso si nos juntamos una cuadrilla de ocho o nueve ciegos a comer nos lo pasamos en grande, porque no hay nadie que nos diga: "¡Ay cuida, que se va a caer la botella!" o "¿quieres que te corte esto?" (ríe). Creo que mucha gente no termina de entender que dentro de casa vives igual que ellos.

Ponta nos mira reclamando atención. ¿Qué lugar ocupa en tu vida?

No me gusta decir que son mis ojos, porque aunque no me sirvan ni de adorno, mis ojos los tengo yo. El sentimiento que tengo hacia mi perra Ponta es de gratitud, cariño y emoción. Es una relación muy íntima, estamos siempre juntas. Y además te escucha, sin decirte que no te preocupes. Pero conviene recordar que es un animal, porque una cosa que no me gusta es ir a un sitio y que me pregunten dónde nos ponemos para que estemos cómodas, como si yo fuera un jarrón (ríe).

El cariño lo hacen los días. ÁNGEL DE CASTRO

Llevas años colaborando en el Teléfono de la Esperanza...

Tras concederme la invalidez, busqué la manera de ocupar mi tiempo en algo que creía que podía hacer bien, por ejemplo escuchar, prestar atención, ya que estoy acostumbrada a esto. En el teléfono soy una persona más, nadie sabe de mi situación.

¿Cuál es el tema más sensible?

La soledad, en mayores pero también en jóvenes, adolescentes, que contactan con nosotros porque no se sienten comprendidos y buscan a alguien que les escuche, sin quitarle peso a sus problemas y que no les diga cómo deben actuar.

En una sociedad tan dominada por la imagen, ¿de qué modo llegan a ti hechos como el desafío ruso?

Al escuchar en la tele el desarraigo y sufrimiento que provoca la guerra, quizá por mis limitaciones, pienso sobre todo en la población más vulnerable. Para mí cada día que me levanto es un reto... y de alguna manera me siento cercana a ellos. Hace años, cuando ya no veía, estuve yendo y viniendo por trabajo a Marruecos. Allí olí y toqué la pobreza, y todavía tengo esa referencia: la ruptura de las familias, de las ilusiones, y el coraje de continuar.

LA RÁFAGA


– Una canción.

– 'A las siete en el café'.

– Un libro.

– Te diría más bien la película ‘Desayuno con diamantes’, de Blake Edwards.

– Un plato.

– Las judías verdes con patatas.

– Un lugar.

– Mi casa.

– Una imagen recurrente.

– Los cascos antiguos de las ciudades, las calles empedradas y estrechas, los recovecos, el olor... me gusta lo que tiene sabor.

– Huelga del transporte.

– Creo que no nos ponemos en el lugar del otro.

– Gran Café Zaragoza.

– Pienso en la calle Alfonso más que en el café, en todas las veces que he paseado por ella con mis perros.

– Reforma de la Atención Primaria.

– Estoy de acuerdo con ella. Y más recursos en salud mental.

– Zona de bajas emisiones en Zaragoza.

– Me parece bien, siempre y cuando no entorpezca otras situaciones ni dificulte el acceso.

– Algo que te aburre.

– Me cuesta aburrirme, la verdad. Pero, por ejemplo, entrar en un lugar con mucha gente y música alta.