El Periódico de Aragón

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La Corona de Aragón en el norte de África

Comercio de esclavos en el norte de África

La derrota del rey Pedro II de Aragón en la Batalla de Muret en 1213 contra los cruzados enviados por el Papa para acabar con los herejes cátaros de Occitania a los cuales protegía el monarca como vasallos suyos que eran, marcó un antes y un después en la historia de la Corona de Aragón. Y es que hasta entonces se había ido construyendo un sueño de desarrollar una Corona de Aragón a ambos lados de los Pirineos que se adentrara en Europa más allá de los Pirineos y que fuera desde el valle del río Ródano en el norte hasta el valle del Ebro en el sur. Eso la habría convertido en una de las potencias más poderosas de la Europa de su tiempo. Pero la derrota de Pedro II dejó herido de muerte ese sueño, siendo su hijo Jaime I el Conquistador quien firmó el certificado de defunción de este proyecto cuando en el año 1258 firmó el Tratado de Corbeil con el rey Luis IX de Francia. Con dicho tratado, la Casa de Aragón renunció a sus derechos en Occitania en favor de Francia y lo hizo a cambio de apenas unas migajas. Pero el monarca no quería enfrentarse ante un reino galo que ya se estaba convirtiendo en la entidad política más poderosa del momento.

Todo ello favoreció que la Corona de Aragón virara sus ojos y sus intereses hacia otros lares. En un primer momento hacia Al-Andalus, pues el propio Jaime fue quien conquistó entre las décadas de 1230 y 1240 lo que serían los reinos de Mallorca y Valencia. Pero una vez cerrada la expansión en la península ibérica y también en Occitania, a la Casa de Aragón sólo le quedaba un camino para expandir su poder: el Mediterráneo. Y es que como se suele decir, cuando se cierra una puerta se abre una ventana. El comercio marítimo por el Mediterráneo era cada vez más importante y ya se había vuelto a convertir en la principal vía de intercambio de productos. Incluso muchos bienes comerciales provenían desde el lejano Oriente a través de famosas rutas caravaneras como la de la seda que después llegaban al Mediterráneo Oriental y a grandes centros de redistribución, como Constantinopla (actual Estambul) o Alejandría.

De ese modo hubo Estados que se lanzaron y basaron su poder y riqueza en el control de las rutas marítimas que redistribuían ese comercio, como las repúblicas de Génova, Pisa o Venecia. En esa lucha por conseguir una mayor cuota comercial estuvo también la Corona de Aragón, especialmente gracias al comercio catalán pero al que luego se sumaron también los de los reinos de Valencia y en menor medida Mallorca. ¿Y Aragón no participó en ello? Por supuesto que sí. Hubo comerciantes aragoneses de gran importancia que también armaban barcos para fletar sus productos y comerciar a pesar de que como sabemos, el reino de Aragón no tenía una salida directa al mar. Pero eso no significa que no participara tanto en el comercio como en el esfuerzo de guerra naval cuando esto era necesario. La Corona de Aragón se lanzó a partir del último cuarto del siglo XIII a la conquista del Mediterráneo, especialmente desde el reinado de Pedro III el Grande, quien inició la conquista de Sicilia desde el año 1282. Una isla estratégica ya que se encuentra en mitad del Mediterráneo, en una zona en la que el mar se estrecha y cuyo control se convierte en algo básico para asegurar las rutas comerciales, especialmente hacia Oriente. Más tarde vendrían otras conquistas como las de la isla de Cerdeña en la década de 1320 o la del reino de Nápoles ya entre los siglos XV e inicios del XVI.

Pero esa era sólo parte de la ecuación, y es que la Casa de Aragón también se volcó en lograr una importante influencia en el norte de África, tanto por vía diplomática como bélica. Esta política norteafricana comenzó a coger fuerza en tiempos del rey Jaime I el Conquistador en el siglo XIII y se mantuvo a lo largo de la historia de la Corona. Se buscaba intentar mantener buenas relaciones con los diferentes sultanatos del norte de África para así poder comerciar en la región y también lograr bases en las que los barcos pudieran también abastecerse sin peligro de camino hacia Oriente. Los dos focos principales eran el Magreb y Egipto, y es que en el primer caso, el norte de lo que actualmente es Marruecos y parte de Argelia, era el punto de llegada de importantes rutas comerciales que venían desde el interior de África y sobre todo del oro que venía desde Sudán y el río Níger. De hecho, durante buena parte de la Edad Media, gran cantidad del oro que circulaba por Europa tenía ahí su origen, lo que convertía al Magreb en un objetivo número uno para la Corona de Aragón. Mientras tanto, la ciudad egipcia de Alejandría era uno de esos grandes centros del comercio que provenía tanto de África como sobre todo de Asia, de modo que había que asegurarse el tener las vías de comunicación abiertas hasta allí.

Así, en el año 1274, todavía con Jaime I en el trono, se firmó un tratado de buenas relaciones con el sultán de Marruecos, mientras que en 1277 y ya con Pedro III el Grande como rey se hizo lo propio con el sultán de Tremecén, una región que equivale al actual norte de Argelia. Con ello se abrió el comercio en la región, pero no era suficiente. El otro eje principal que había que asegurar era Túnez, territorio con el que se mantuvo buenas relaciones, especialmente con el sultán Muhammad I al-Mustansir. Pero su muerte en 1279 empeoró las relaciones, y Pedro III de Aragón no dudó entonces en utilizar la fuerza de las armas enviando dos armadas para atacar al sultanato, la primera en ese mismo año de 1279 y la segunda en 1282. Esta doble combinación diplomática y militar junto a la creación de los Consulados del Mar sostuvieron la gran influencia que tuvo la Corona de Aragón en el Mediterráneo y, por supuesto, también en todo el norte del continente africano.

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