La demografía de la capital

Zaragoza: un ejemplo de las transformaciones urbanas de los últimos cien años

La capital aragonesa es una ciudad estratégica en el centro del cuadrante de oro de la España más dinámica. Su posición le ha permitido desarrollar un sólido tejido industrial y logístico y además ha sabido crear un espacio de formación e innovación de calidad, convirtiéndose en la gran capital del valle del Ebro.

Vista panorámica del Distrito Universidad, desde el edificio de Telefónica en Zaragoza.

Vista panorámica del Distrito Universidad, desde el edificio de Telefónica en Zaragoza. / ANGEL DE CASTRO

Ángel Pueyo Campos

Zaragoza desde hace más de dos milenios ha sido un espacio encrucijada desde múltiples perspectivas: natural, estratégica, social, cultural o logística. Esto se ha reforzado en la última centuria por su situación, y por ser el nodo de comunicaciones en el cuadrante peninsular más dinámico y rico. Hoy, es la encrucijada entre Madrid, Bilbao, Barcelona y Valencia.

Su posición le ha permitido desarrollar un sólido tejido industrial y logístico, pero además ha sabido crear un espacio de formación e innovación de calidad, un modelo urbano compacto y accesible, y afianzar un tejido social sin grandes inequidades. Hoy se puede considerar como la gran capital de todo el valle del Ebro.

Esto se ha producido en un contexto nacional con profundas transformaciones demográficas y territoriales. Desde la década de los sesenta del siglo pasado España saltó de ser un país rural extensivo en el territorio a otro urbano e industrial fuertemente concentrado. Este trasvase campo-ciudad constituyó uno de los movimientos migratorios más importantes y rápidos en la escena europea, y supuso su consolidación como uno de los países europeos con mayor porcentaje de población urbana en grandes ciudades.

Toldo ello ha acentuado el contraste entre una España de muy baja densidad y unas áreas metropolitanas o aglomeraciones urbanas que constituyen el actual entramado de estructura territorial española. Es el caso de las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla, Valencia, Málaga, o Zaragoza), las capitales intermedias (Palma de Mallorca, Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas, Alicante, Logroño, San Sebastián, Burgos, Valladolid, Oviedo, Gijón Vigo, A Coruña, Huelva, Cádiz, Córdoba, Granada, Almería, Cartagena, etc.), y los municipios de áreas o aglomeraciones metropolitanas del País Vasco, Barcelona, costa catalana, el 8 asturiano, Valencia, Alicante o el entorno de Zaragoza.

Por otra parte, el final del siglo XX y el inicio de este nuevo milenio supuso para España un fuerte y sostenido crecimiento económico con importantes cambios territoriales hasta la Gran Recesión de 2009. Se pasó de una sociedad de emigración a acoger más de cinco millones de población extranjera que se asentaron prioritariamente en las urbes y municipios rurales más dinámicos, mayoritariamente en la costa mediterránea, en la comunidad madrileña y en las urbes de interior como Zaragoza. Territorios que ya tenían un fuerte desarrollo industrial o de servicios, o por ser dinámicos espacios agroganaderos como los del Valle del Ebro y de la costa mediterránea.

En ese momento las ciudades del litoral mediterráneo, las islas y el espacio metropolitano de Madrid llegaron a tener crecimientos medios anuales próximos al 2%, el doble de los registrados en las décadas de los sesenta o setenta. Y, al mismo tiempo, se produjo la pérdida de peso demográfico en la mayor parte de las ciudades intermedias, fundamentalmente en la cornisa cantábrica, Galicia, Andalucía interior o las provincias fronterizas con Portugal.

Concentración

 Esta pérdida de peso en unas partes del territorio y su concentración en otras suponen un riesgo de potenciales problemas para muchas ciudades, sobre todo cuando exista un binomio de baja natalidad y envejecimiento, y una emigración laboral por falta de atractivos económicos. En ese nuevo contexto metrópolis como Zaragoza ya se plantean que más que crecer numéricamente han de consolidar un perfil poblacional muy cualificado, con una actividad cimentada en la innovación económica, en la sostenibilidad y en los servicios de calidad. Al mismo tiempo se ha de conseguir un reequilibrio urbano que favorezca el desarrollo de núcleos rurales apoyados en ciudades pequeñas e intermedias, al tiempo que se disminuyen los desplazamientos ligados a trabajo que empiezan a ser insostenibles por su duración y por las infraestructuras que requieren.

En definitiva, la organización de la población española y sus distribuciones territoriales desde el siglo XX y estos primeros compases del XXI muestra como se ha ido pasando de un modelo de sociedad plenamente rural a otro urbano y postindustrial con una una población envejecida, aunque menos que la del medio rural remoto, y con la fuerte presencia de inmigrantes extranjeros como consecuencia de la carencia de población joven.

No obstante, hoy no se puede hablar de una confrontación mundo rural o urbano, sino valorar que los ciudadanos se han creado un modo de vida que enhebran lo rural con lo urbano desarrollando nuevos comportamientos demográficos, nuevas funcionalidades y modos de vida que deben ser tenidos en cuenta para una adecuada organización territorial, y que explican que muchos de los pueblos aparentemente vacíos en regiones como Aragón son ocupados en muchos momentos por los urbanitas de grandes ciudades como Zaragoza.