ADIÓS A UN NEGOCIO EMBLEMÁTICO

El Mercado Azoque se queda vacío: no hay penúltima, Siberiano

Mari dice adiós a su negocio «feliz y contenta, pero a la vez llorando» tras más de 30 años detrás de la barra | El Mercado Azoque queda vacío con el cierre de este bar

La última caña con el último Iñaki. El Siberiano repartió sus últimos bautizados en su último día de servicio a la ciudad de Zaragoza y lo hizo, como siempre, de la mano de Mari en un ambiente distendido con sabor a despedida y con un sinfín de anécdotas después de 36 años detrás de esa barra. Fue también el último servicio del Mercado Azoque, donde a partir de ahora ya no se levantará su persiana con el cierre del que hasta este miércoles era su último reducto, precisamente, ese Siberiano que ahora se une a pollerías, fruterías y carnicerías cerradas años ha.

El bar disfrutó con una última borrachera de abrazos con Mari como protagonista, que no dejaba de repetir ciertas coletillas de despedida como «¡Ya llegó», «¡Se acabó!» o «¡Ahora sí!». «Estoy bien, estoy feliz, estoy contenta, pero a la vez estoy llorando», contaba en uno de sus pocos minutos de descanso mientras saludaba uno a uno a todos sus clientes, «todos de toda la vida». Incluso le regalaron un ramo de flores. Antes ella ya había mimado hasta el más mínimo detalle y había distribuido caretas con su rostro impreso y delantales de plásticos; también había preparado merienda a base de embutidos, tortilla y anchoas.

Eligió el cuatro aniversario del fallecimiento de su marido José Manuel para decir adiós a «36 años» de servicio en los que ha recibido «mucho cariño». «Son todos un amor, me quieren, me adoran. Yo creo que les gusto y es por el espectáculo que doy. Ahora me había quedado yo sola por aquí, así que bien, supervivencia total», bromeaba Mari.

Al final de la barra, Cristina, Carlos y Jesús, compañeros de trabajo, apuraban la última conversación en El Siberiano. «Aquí lo que gusta es ella, porque te da un cariño... El bocadillo está bueno pero es lo secundario. Ahora en muchos sitios pides y te dicen hola y adiós, pero este es un modelo distinto, es algo muy bonito», exclamaba Carlos. Aprovechaba a su vez Cristina para ensalzar el bocadillo Ligallo -«solo lo puedes tomar aquí»– y para acordarse de su «tía Mari». «Me da pena porque no vamos a volver a probarlos, aunque estamos intentando que de vez en cuando nos traiga alguno al trabajo», reía Cristina.

También en grupo de tres llegaron Jesús, Manolo y Miguel Ángel, encontrando acomodo a la entrada del bar para beber unas jarras de cerveza enumerando uno por uno sus bocadillos preferidos: Baturro, Palafox y Siberiano. «Trabajamos cerca y llevamos muchos años viviendo aquí. Ya no quedan bares como este, ahora lo que se lleva es la cocina prefabricada y que te atienda alguien que ni te conoce ni te quiere conocer», señalaba Miguel Ángel.

Víctor tampoco se quiso perder la despedida de El Siberiano y de «una mujer fantástica», pues él recordaba que ya iba allí «desde crío». «He llegado a completar por dos veces la tabla entera de bocadillos. Me alegro mucho por ella. Somos vecinos y la voy a seguir viendo bastante», apuntaba.

Los planes por jubilación llenaron las últimas comandas de Mari a sus 63 años. Fue su último día porque así se lo prometió a su marido José Manuel. Sus clientes, ahora sí, tomaron la última.