COMERCIO MINORISTA

El futuro del comercio tradicional: «Es un trabajo muy sacrificado y no quiero este futuro para mis hijos»

Los propietarios actuales de puestos de charcutería, pollerías, fruterías o pescaderías afrontan un futuro "complicado" porque la gente joven no quiere seguir con estas líneas de negocio. EL PERIÓDICO DE ARAGÓN charla con cuatro empleados del gremio

Elisa reponiendo fruta en su tienda de Zaragoza

Elisa reponiendo fruta en su tienda de Zaragoza / El Periódico de Aragón

Judit Macarro

Judit Macarro

Trabajar de lunes a sábado, mañana y tarde, en el mercado de Zaragoza no es un futuro que esté en la mente de los jóvenes, que huyen de los comercios familiares y deciden seguir un camino diferente al de sus padres. Sobre esto hablan Elisa Roche (frutera), Anabel Conchelo (dependienta en una pollería), Samuel Franco (pescadero) y Ana Fernández (carnicera), que viven diariamente los problemas a los que se enfrenta "el comercio de toda la vida" en la actualidad.

Elisa Roche, Frutería Diego: «Es un trabajo muy sacrificado y no quiero este futuro para mis hijos»

En la avenida Juan Carlos I, en Zaragoza, la pequeña frutería de Diego y Elisa, su mujer, se llena de clientes de lunes a sábado. «Trabajamos muchas horas», asegura Elisa, que lleva diez años ayudando a su marido en la tienda.

Antes de la frutería, Elisa ya estaba conectada con los oficios tradicionales. «Trabajaba en Mercazaragoza, pero lo dejé por la tienda porque era imposible tener cada uno un trabajo y criar a nuestros hijos», relata.

Aunque sus niños aún son muy pequeños, de seis y cuatro años cada uno, la tendera lo tiene claro: «No quiero este futuro para mis hijos».

Elisa y Diego tienen un horario muy «esclavo». Cada día, «empezamos a trabajar a las tres d e la mañana hasta las diez de la noche», explica.

«No se si querrán estudiar, pero si tengo claro que aquí no está su vida. Son jornadas muy duras para el beneficio que sacamos», señala la mujer.

Elisa menciona que los inicios de este negocio familiar se remontan a su suegra. «Ella era frutera y comenzó esto hace ya unos 50 años», asegura. Después, a los 16 años, su marido continuó con el negocio que terminará con ellos.

«La fruta terminará vendiéndose en los supermercados, aunque la calidad no tiene nada que ver», manifiesta la trabajadora. Todos los días, esta pareja de fruteros contacta con los proveedores para «elegir el mejor género para nuestros clientes», concluye.

Anabel Conchello, Pollería Julia: «Mantener los comercios familiares es una pelea diaria y muy esclava»

Anabel preparando un pedido en Pollería Julia del Mercado Central.

Anabel preparando un pedido en Pollería Julia del Mercado Central. / Jaime Galindo

Analbel Conchelo, dependienta en Pollería Julia, deshuesa un pollo pequeño mientras atiende a varios clientes. «Es un trabajo muy esclavo, trabajamos muchas horas y muy duro para vender todo lo que podamos y que se mantenga a flote el negocio», menciona la trabajadora.

Su día a día lo vive entre el ruido y la vida del Mercado Central, donde trabaja «de lunes a sábado, mañana y tarde», señala. Una «pelea diaria» que ni Anabel, ni su compañera, quieren para sus hijas. «Mis hijas no quieren dedicarse a esto, prefieren estudiar y dedicarse a otras cosas, pasan del mercado. Y yo también prefiero otra vida para ellas», asegura Anabel.

La Pollería Julia nació en 1960. «Es un negocio familiar con muchos años», señala la dependienta. En ese periodo de tiempo, la empresa ha visto tanto los días malos del mercado, como los que siguieron a la crisis económica iniciada en 2008, y también los buenos. «Ahora los oficios tradicionales parece que vuelven a resurgir, sobretodo por la gente joven que se acerca a comprar durante el fin de semana», afirma Anabel.

Pero, frente a este auge de clientela, el pequeño comercio se enfrenta ahora a otro problema que pone en jaque su futuro: el relevo generacional. «Ahora mismo, de hijos o familiares jóvenes que se quieran quedar con la empresa familiar serán un 10% del mercado», asevera la trabajadora, que ya ha finalizado el pedido del cliente. 

Samuel Franco, Pescadería Franco: «Ni mis hermanos ni yo queríamos estudiar, preferíamos la pescadería»

Samuel Franco sujetando un pez en su local.

Samuel Franco sujetando un pez en su local. / El Periódico de Aragón

El comercio del pescado es un oficio que lleva en la familia de Samuel Franco muchas generaciones. «Todo comenzó con mi abuelo, cuando en 1947 cogió una bicicleta y empezó a repartir el género por los pueblos de los alrededores», explica el pescadero zaragozano.

Con los años, su padre, Jesús Franco, «comenzó a repartir en vehículo y a tener presencia en los mercados, algo que yo empecé a hacer a los 16 años», menciona Samuel. Han pasado cuarenta años y, «la familia Franco ya es conocida por ser una pescadería tradicional», asegura el trabajador.

A sus 41 años, Samuel dedica sus días a trabajar el pescado junto a sus familiares, «en la pescadería están mi mujer, mi primo y mis tíos», señala el empresario. Sus dos hermanos, «decidieron abrir sus propios locales. A mí en cambio me gusta estar sobretodo en los mercados, como hacían mi abuelo y mi padre», menciona el pescadero. «Ninguno queríamos estudiar y como teníamos la oportunidad de seguir con el negocio, nos lanzamos a ello», añade.

Hace unos años que Samuel lleva las riendas del negocio, «cuando mi padre se jubiló». En el día a día, según el pescadero, «hay mucho trabajo, se trabajan muchas horas y es una labor sacrificada, aunque yo lo disfruto mucho». Sin embargo, el relevo generacional de la pescadería no tiene un futuro seguro, «ni mis hijos ni mis sobrinos acabarán en esto, yo quiero que estudien y tengan un trabajo menos sacrificado», señala Samuel. 

Alba y cristina, Menuceles zaragoza: «Yo pretendo seguir trabajando en el negocio familiar hasta que me jubile»

Alba y Cristina en su puesto del Mercado Central.

Alba y Cristina en su puesto del Mercado Central. / Jaime Galindo

Alba Fernández (hija) y Cristina Fuentes (madre) llevan trabajando juntas 11 años, «cuando me decidí a seguirla en nuestra empresa familiar, Menuceles Zaragoza», explica la joven. Al principio, Alba asegura que «mi decisión de trabajar en este oficio fue porque no quería seguir estudiando, pero con el tiempo he acabado amando mi trabajo y la vida en el mercado».

El día a día en su pequeño local es una rutina que ambas disfrutan, «además, el pequeño comercio cada vez tiene más vida. Ya no es algo exclusivo de la gente mayor, sino que son los jóvenes los que llenan el mercado los sábados», asegura Cristina.

El porqué de este interés renovado por los comercios tradicionales, madre e hija lo achacan a que «la gente se da cuenta de que, hablando de calidad precio, lo que encuentran aquí no lo tienen ni en el supermercado, ni en Internet», menciona Cristina mientras prepara un pedido para uno de los clientes.

Sobre el futuro de Menuceles, «yo pretendo quedarme con el negocio familiar hasta que me jubile, que aún quedan años», apunta Cristina, quien asegura que el problema del relevo generacional es algo que cada vez se da con más fuerza en el Mercado Central de Zaragoza. «Que vayamos a seguir con las empresas de nuestros padres, en el mercado quedamos cinco», garantiza la joven mientras enumera los comercios, «una frutería, dos carnicerías, una pollería y nosotras», concluye.