Los reconocimientos a la princesa

La contracrónica del día grande de Leonor: Las reverencias, en fila de a uno

Leonor de Borbón y Ortiz copó todos los focos, miradas y comentarios en una mañana sin final, de altos vuelos y con mucha velocidad. Ni la sociedad civil ni los representantes políticos pasaron por alto uno de esos eventos que suceden una vez en la vida, pero limitados a un protocolo que hace muy estrechos los márgenes fuera del guion.

La princesa Leonor lee su discurso en La Seo, al recibir la Medalla de Aragón.

La princesa Leonor lee su discurso en La Seo, al recibir la Medalla de Aragón. / JAIME GALINDO

Vaya por delante que los grandes acontecimientos funcionan, casi siempre, sobre dos bases inalterables: un sólido protagonista y un férreo guion. La primera, Leonor de Borbón y Ortiz, daba el perfil de sobra, y el segundo, coordinado por centenares de miembros de la seguridad, agentes de Policía, trabajadores de protocolo o responsables de prensa, no podía fallar. Tan fino era el margen de la escaleta que casi nadie ni casi nada se salió de lo esperado. 

Pero siempre hay lugar para los resquicios y las anécdotas. Los madrugadores consejeros del Gobierno de Aragón, por ejemplo, convirtieron en pista de baile el patio de Santa Isabel en busca de esa pegatina con su nombre que les acreditase el lugar concreto desde el que buscar la mirada de Leonor. Celebraciones, incluso, entre los que se vieron en el centro del escenario. Alejandro Nolasco, vicepresidente de Aragón, y José Luis Bancalero, responsable autonómico de Sanidad, fueron los primeros en llegar hasta el patio y jugar a entender el protocolo y el funcionamiento del evento.

Ese entendimiento del breve acto, resumido en el gesto de la princesa, tocándose el lado del corazón como señal de afecto, llegó entre codazos a los medios de comunicación. Poco espacio para cazar la instantánea del primero de los tres reconocimientos. 

Más anchos, políticos y periodistas, en el patio de las Cortes, donde sí hubo más tiempo para algún chascarrillo. Llegaban entre sonrisas Leonor y el presidente de Aragón, Jorge Azcón, anfitrión máximo de la jornada, mano derecha de la princesa en su reconocimiento de las instituciones. Asumió su papel también Marta Fernández, presidenta de las Cortes, que aprovechó los segundos tras la fotografía de familia del Parlamento Autonómico para señalar y detallar algunos de los secretos que esconde el patio más grande del palacio. 

Fue algo más fría la relación entre los diputados autonómicos, más centrados en hablar con sus grupos parlamentarios, que la recepción en el Ayuntamiento de Zaragoza. El consistorio es la institución más cercana a los ciudadanos, o eso se dice siempre, y la relación entre concejales de todos los colores lo demostró. Tanto en la llegada como en la foto de familia se notó. Incluso algunos, como la portavoz socialista Lola Ranera, se atrevió a cruzar brevísimos comentarios con la protagonista. 

Al bajar del consistorio, los funcionarios más «cotillas» aprovechaban para volver a su puesto de trabajo y muchos de los asesores políticos esperaban en la puerta del ayuntamiento para lograr, también, ese cruce de miradas con la heredera al trono español.

El protocolo ya fue absoluto, con excepción de ese «maña» de Leonor en La Seo. Himnos, pompas y boato para la traca final leonorista en Zaragoza, a la espera de los asegurados repasos a todo el curso escolar que volverán a aparecer dentro de un mes. 

Fue entonces –en La Seo– cuando se dio el único fallo, fruto de los nervios, de la jornada. Cerró Azcón su discurso pidiendo la presencia de Leonor en el altar y el presidente se precipitó al querer entregar la Medalla de Aragón. Antes, como manda el bendito protocolo, el letrado debía leer la resolución del Ejecutivo autonómico para que la princesa fuese distinguida con la mayor condecoración de la comunidad. Un desliz que se subsanó, como casi todo durante el día, con una tromba de aplausos y muchas sonrisas entre princesa e invitados. 

Finalizado el acto, la princesa Leonor visitó la catedral y los invitados se desplazaron al lugar más ansiado, el vermú de una mañana primaveral en el jardín del Museo Alma Máter. Llegó a los minutos Leonor, vitoreada por la última resistencia civil que quiso ver a la princesa. «Pues hemos venido para verla pasar y ya está», decían algunos, decepcionados. Eso, casi seguro, también estaba en el férreo e inalterable guion