Fueron dos cabezazos secos contra el suelo. El mayor golpe que Cristian ha recibido en sus 27 años de manos de un joven que el sábado pasado le agredió gratuitamente en plaza Nuestra Señora de Salas. Pudo haber muerto, pero la secuelas han truncado los planes de vida que tenía este militar nacido en Valdemoro y que está destinado en el cuartel Sancho Ramírez de la capital altoaragonesa. Ya no podrá ingresar en la Guardia Civil, tal y como tenía previsto gracias a las plazas reservadas para miembros de las Fuerzas Armadas. 

«Pudo haber muerto, pero se ha quedado sordo y ya no va a poder ingresar en la Benemérita», lamenta Paula, pareja de Cristian de quien está embarazada de seis meses. Como explica esta joven a EL PERIÓDICO, los sanitarios que le atendieron en la uci del hospital Clínico de Zaragoza «pintaban todo muy mal, había sufrido una lesión muy grave de la que poca gente sale viva», señala, mientras reconoce que «se le vino el mundo encima». Cuando su estado dejó de revestir gravedad y subió a planta comprobó que Cristian apenas podía escucharle. Había perdido de forma completa la audición del oído izquierdo y parcialmente del derecho.

Una circunstancia que, tal y como cuenta Paula, le impide entrar en el instituto armado y poder desempeñar su trabajo habitual como soldado puesto que tendrá que ser recolocado en un puesto puramente administrativo. Nada más lejos que sus pretensiones. 

«Pese a ello de ánimos estamos bien, poco a poco, tanto él como el resto de la familia vamos recuperándonos y ya tenemos ganas de volver a casa», señala la joven, quien aprovecha la oportunidad de conversar con este diario para agradecer a través de estas líneas los gestos y visitas que han hecho a lo largo de esta semana sus compañeros y mandos del Ejército que se han trasladado hasta el hospital para interesarse por su estado de salud. 

Mientras Cristian permanece en un habitación de hospital, su agresor y los siete jóvenes que le acompañaban y que no hicieron nada por evitarlo están en la calle. A Paula esta situación le genera «impotencia», puesto que «parece que hacer este daño puede salir gratis». 

Una sensación que comparte con Yolanda, la madre de Cristian, quien se ha mudado por unos días a Zaragoza para estar junto a su hijo hasta que reciba el alta. «Estoy muy indignada con la decisión de la jueza de dejarlos en libertad porque actuaron como una jauría», afirma, mientras destaca que «tras agredir a mi hijo se fueron corriendo y llegaron a rodear a unos policías a los que pegaron. Por suerte apareció otra patrulla, no me quiero ni imaginar lo que les hubiera pasado si no llegan a presentarse sus compañeros». 

Cristian fue agredido, tal y como adelantó este diario, cuando defendió a una joven que se estaba sintiendo acosada por el grupo de jóvenes en el que estaba el agresor, Andrés G. G., quien llegó a gritar:«He sido yo, he sido yo», tras el ataque súbito e inesperado.