Benito Pocino no está fino. Una aguda tortícolis lo tiene torturado. Por eso no quiere hacerse fotos. Cuando se quita el collarín, las muecas de dolor subrayan su caricaturizable rostro. "He sufrido un accidente laboral y estoy de baja", cuenta.

No está hablando de ausentarse de un rodaje. Se refiere a Correos, la empresa que le da trabajo desde hace 15 años. No, no ha renunciado a su contrato laboral.

La gran aventura de Mortadelo y Filemón ha popularizado su cara, pero aún no está en disposición de prescindir de unos ingresos mensuales.

"No he pensado en dejar el trabajo por una razón: el día tiene 24 horas, ¿vale? Siete u ocho las pasamos durmiendo; el resto es para el ocio y tener un sustento laboral. Mi parte de ocio consiste en ir a correr, el gimnasio y también ir a la biblioteca a leer. Luego, en la otra parte, voy a Correos. Y ahí estoy bastante bien".

Benito Pocino tiene casi 46 años y es un tipo especial. Es verdad: resulta un calco de Mortadelo, y da la sensación de que maquilladores y estilistas no tuvieron que matarse para clonar la imagen del cómic. Vaya, un caso para aprendices del oficio.

Pero Benito es un tipo especial por otras razones. Lo es porque rezuma infinita bondad, inocencia, honestidad, ternura y fragilidad. Todo a la vez. Una persona la mar de amistosa que inspira buenos sentimientos.

Un par de chicas le han reconocido en la pizzería que ha elegido para la entrevista y él, con el cuello tan estirado como la sonrisa, firma el autógrafo que una de ellas le solicita. A la otra, aspirante a actriz, le aconseja de forma pormenorizada los pasos que debe dar para enterarse de los castings .

Estas situaciones, dice locuazmente, se le están haciendo habituales. "A veces se amontona mucha gente a pedirme autógrafos. Por ejemplo, el otro día, en el aeropuerto de El Prat, volvía de Madrid y un grupo de 30 hombres, de 30 a 40 años, se hicieron una foto conmigo ahí mismo".

Se le pregunta si le molesta tanto reconocimiento, pero es innecesario. Sólo hay que ver la satisfacción con que ha firmado antes el autógrafo. "No me molesta por una razón: porque la gente es simpática y agradable. Y me trata con cariño. Y eso me hace sentir muy contento, alegre y feliz".

Los hay que se dirigen a él como Benito. Los hay que le llaman Mortadelo. "La gente joven --explica-- me conoce como Mortadelo, pero de los 25 para arriba me llaman Benito. Prefiero que me llamen Benito. Mortadelo sólo está en la pantalla de cine y en los cómics. Pero no me molesta. Me lo dicen de forma inocente y sin mala intención".

Insiste en que su vida no ha cambiado. Sigue trabajando --"mi función en Correos consiste en coger las cartas de los clientes y dejarlas en los lugares oportunos para enviarlas a su destino"--; sigue cogiendo el metro con su esposa colombiana, y tiene más amigos.

"Me he hecho rico en amistades, que es lo más importante en la vida. Porque hoy en día conseguir amigos en Barcelona es muy difícil. La gente es un poquito cerrada. Al menos ahora se me empiezan a abrir un poco más. Ya tocaba".

El actor-empleado contaba con alguna experiencia interpretativa antes de ponerse las gafas de Mortadelo. "Han sido papeles muy cortos, pero secuencias que de alguna manera impactaban a la gente. Por ejemplo, en Angoixa, de Bigas Luna, el actor principal me mataba y me arrancaba los ojos, y la gente se fijaba en mí".

También ha aparecido en Makinavaja y en Historias de la puta mili . Títulos que recita para exponer que puede meterse en otros personajes más allá de Mortadelo. "Puedo desempeñar otros papeles muy importantes. Seguro que sí. Pero falta ver si a algún director le interesaré para algo y si yo puedo desempeñarlo". Y si no lo consigue, pues mala suerte. "No me obsesiona ser actor. Lo más importante para mí es vivir la vida".