En noviembre se cumplirán 90 años desde que, en 1922, los ojos del arqueólogo británico Howard Carter tuvieran el privilegio de ser los primeros en tres milenios en ver las "cosas maravillosas" que había en la tumba de Tutankamón. Tomando a ambos como personajes, en un recorrido fiel a los hechos históricos --"el 90 o 95% de la novela es real"--, tanto de los años posteriores al famoso hallazgo como del reinado del faraón niño, Nacho Ares añade una pizca de ficción para fabular en La tumba perdida (Grijalbo) sobre la búsqueda de otra sepultura maldita, la del supuesto padre de Tutankamón, Akenatón, el faraón hereje que instauró el culto monoteísta al Sol irritando al poderoso clero de Amón.

Ares, licenciado en Historia Antigua y Egiptología, vive varios meses al año en Egipto, donde tiene contacto con las excavaciones, que le abren lugares vetados al profano. En uno de ellos, los almacenes del Museo de El Cairo, estudió una particular pieza de caliza con jeroglíficos, un ostracon. "Parece un plano del tesoro porque delimita varias tumbas y santuarios de la época de los Ramésidas, hacia el 1.000 antes de Cristo. Hay nombres que no sabemos a qué se refieren porque han desaparecido. Sabemos que hubo grandes ciudades pero desconocemos qué fue de ellas".

MISTERIOS HISTÓRICOS Ahí entra la imaginación del autor, que coloca el ostracon en manos de Carter, quien ve en ella las claves para hallar la tumba de Akenatón. A ello le ayuda la personalidad del arqueólogo, poco sociable y reservado. "De haberlo conocido quizá pensaría que era arrogante y engreído, pero sus amigos decían que, aunque solitario, era muy leal y fiel, sobre todo a su grupo de egipcios. Y cuentan que en privado más de una vez les dijo que sabía dónde estaba la tumba de Alejandro Magno pero que nunca lo diría. Quizá era fanfarronería pero si no...".

Ares juega con misterios históricos. "Probablemente la tumba de Akenatón estaba en Amarna, la capital de esa etapa, pero quién sabe. El propio Tutankamón es una incógnita: no sabemos de dónde sale, ni por qué se le coronó, solo que fue enterrado allí. Se dice que era una marioneta del clero de Amón pero hay poca información. Yo le veo con más personalidad y no hay duda de que conocía que su destino era un final abrupto porque era enfermizo, tal como demuestran los estudios de su momia".

¿Por qué Carter no siguió excavando? Quizá se le evaporó la ilusión tras sufrir las sombras de la edad de oro de la egiptología que revela la novela: rivalidades entre egiptólogos y países, expolio y tráfico de antigüedades, autoridades corruptas, la ineficaz independencia egipcia del Reino Unido... "Tuvo que lidiar con las trabas del Ministerio de Obras Públicas y probablemente no le quedaron ganas de repetir la experiencia". Toda una lástima.