Aunque han sido muchos los autores que han tratado de imitar el binomio Carvalho-Barcelona o Montalbano-Sicilia, pocos han logrado fusionar un personaje y un lugar como lo han hecho Manuel Vázquez Montalbán o Andrea Camilleri. Domingo Villar (Vigo, 1971) tiene el honor de formar parte de esa lista, y su Leo Caldas y la ciudad de Vigo han alcanzado esa simbiosis que tantos escritores ansían.

Puede que ese sea uno de los secretos del éxito del autor gallego, a lo que se suma un trabajo artesanal en el que cada coma y cada línea de diálogo cumplen su función. No es para menos: 10 años ha tardado en gestarse El último barco, la tercera entrega del inspector vigués. Una década en la que sus lectores le reclamaban una nueva novela, pero que el autor ha decidido publicar solo cuando ha creído a la altura de lo que se esperaba de él.

REGRESO A CASA

A pesar de la distancia temporal que hay entre La playa de los ahogados y El último barco, en las primeras páginas el lector ya siente que ha vuelto a casa. El ritmo y la cadencia de los libros de Villar es del todo reconocible, y esa melancolía que se pega a cada una de las palabras ha conseguido crear una verdadera seña de identidad.

El texto en sí está cargado de simbolismo respecto a la espera que esta obra ha ocasionado. Mónica Andrade hace tiempo que decidió romper con su pasado y cruzar la ría para entregarse en cuerpo y alma al mundo del arte y de la artesanía. Junto a ella, un elenco de secundarios trabajan en la Escuela de Artes y Oficios pasando sus días entre lienzos, cerámicas o instrumentos musicales, profesiones todas ellas que requieren de gran paciencia y dedicación para obtener un resultado preciso. Así, Villar se transforma en la esencia de esta historia para impregnar en todos sus personajes ese buen hacer que se refleja en cada uno de los párrafos.

Estamos ante una novela policiaca atípica para los tiempos que corren, con una trama tranquila y sosegada hasta casi el final. Los diálogos serán los que contrarresten esa calma, logrando que el texto fluya entre preguntas respondidas con más preguntas, a la manera gallega. Los capítulos cortos y la acción contenida se compensan de un modo soberbio con un suspense que te atrapa. Absténganse los fanáticos de los thrillers.

EL ÚLTIMO BARCO

Domingo Villar

Siruela