Aplazada por la pandemia, la edición de 2020 del festival oscense Periferias se ha recuperado este mes de mayo y, como es habitual, los conciertos de mayor calado se han concentrado en su segundo fin de semana. Así, desde el viernes 28 al domingo 30 (cuando esto se escribe aún no se ha celebrado la actuación de Maria Arnal i Marcel Bagés) en el Centro Cultural Manuel Benito Moliner y en el Auditorio Carlos Saura han sonado músicas de aquí y de allá conformando el lema periférico propuesto: Fronteras. Se trata de un concepto que hay que entender, musicalmente en este caso, como un tercer espacio, en el sentido que le han dado los teóricos Edward Soja y Homi Bhabha: un espacio mental que no está ni en el lugar de origen ni en el de acogida, sino en otro tercero, mezcla de los dos anteriores, y de otras muchas circunstancias.

El sábado, ese espacio, que no es otra cosa que un estado mental, estuvo vigorosamente representado por Víctor Coyote, esa jubilosa anomalía dentro del panorama español del rock (o lo que sea) que, salvo honrosas excepciones ha despreciado tanto las influencias locales como las latinas del otro lado del Atlántico. Coyote es paradigma de engarce de diferentes maneras de lo popular sin caer en el estereotipo. Acompañado por Gustavo Villamor (contrabajo) y Ricardo Moreno (batería), Víctor revisó 'Las comarcales', su disco más reciente, canciones más antiguas y alguna pieza de su época de Los Coyotes (incluso de los primeros tiempos del grupo). Espléndido de voz y muy diestro con las guitarras (acústicas y eléctricas) y el ukelele, transitó con brillo por la pieza que titula el mencionado álbum, 'Joven de cuello vuelto', y otras como 'Cumbia de milagro', 'Costa Nova', 'Havemos de ir a Viana' (fado que cantó Amália Rodrigues, transmutado ahora en tonada de las islas del Pacífico), 'Soy un trabajador, soy un autónomo, soy un artista', 'Esta noche me voy a bailar', 'La maravilla', 'Sentimiento barato', 'Nadie se va a quejar', 'Yo creo en el diablo' (brutal), 'Cien guitarras' y 'Extraño corte de pelo'. Un vibrante cierre de velada, vaya.

Víctor actuó en el Auditorio Carlos Saura después del grupo del oscense Dedito Finger, músico de querencias funk, entre otras referencias, cuya actuación pareció más una fiesta de colegio mayor que otra cosa (los amigos presentes en la sala contribuyeron no poco a ese ambiente). No negaremos a Dedito Finger el pan y la sal, ni cierto atractivo en algunas composiciones, pero ni la puesta en escena ni el resultado sonoro estuvieron a la altura de lo que prometía su presencia en Periferias.

Antes, en el Benito Moliner, programa doble: la francesa Emmanuelle Parrenin y el alemán Detlef Weinrich, y otro dúo: el formado por la artista electrónica Azu Tiwaline (de madre tunecino y padre camboyano, y crecida en Costa de Marfil) y el percusionista de origen iraní Cinna Peyghamy. Los primeros mostraron una revoltosa muestra de electro-folk. Las bases electrónicas de Weinrich acogían los sonidos alterados del la zanfona de Parrenin (quien asentó su prestigio como artista desde finales de los años 70 del siglo XX dentro del llamado en Francia mouvement folk), bien en piezas en la que la experimentación primaba sobre el ritmo, bien en composiciones de lo que podríamos llamar 'rave' neo-pastoril. Lo de Tiwaline y Peyghamy trascurrió como un viaje abstracto y rizomático por los espacios sonoros de sus ancestros, pero dibujando ese difuminado, impreciso y mencionado tercer espacio. Espléndidos ambos dúos.

Y el viernes, en el Auditorio Carlos Saura (no pude llegar a las actuaciones de la tarde en el Benito Moliner), tiempo para Za & La TransMegaCobla y Califato ¾. La conjunción de la propuesta perturbadora de Za! (Papa Dupau y Spazzfrica Ehd) y la música de cobla (grupo de instrumentistas que acompaña los bailes de sardanas) ya la había experimentado en 2018 en la Fira Mediterrània de Manresa, pero su paso por Periferias, donde contó con las voces del dúo femenino Tarta Relena, superó aquel encuentro. A medio camino entre la aventura extraterrestre de Sun Ra Arkestra y los trallazos de Frank Zappa, Za! y sus compinches dibujaron una excitante travesía que reformula tanto las músicas del Mediterráneo como el free-jazz. Menos mal, porque la que se avecinaba...

Ni más ni menos que Califato ¾ troupe sevillana que, a golpes de flamenco, folclore andaluz y electrónica quiere trastocar el tópico sureño de las españas y ser un grupo moderno. Conceptualmente nieto de formaciones como Smash, y sobrinos de otras más recientes (y más divertidas) como Tabletón y Mártires del Compás, Califato ¾ se maneja bien en disco, pero sus directos, cuando menos de momento, son un disparate sin gracia. No haremos sangre, por aquello de las segundas oportunidades, pero su espectáculo de caseta de feria casa muy poco con intenciones rompedoras, transgresoras o simplemente corrientes. Esto no es un califato; es un reino de taifas o, si lo prefieren, una versión chunga del Corral de la Pacheca.