Cuarenta años después de su muerte, todavía encuentro a gente convencida de que Paco Martínez Soria llevó siempre la boina encima, incluso en su vida cotidiana. Esas personas podrían creer también que Lina Morgan caminaba por la calle con cómicos andares, que Rafaela Aparicio trabajaba de chacha cuando no actuaba o que Alfredo Landa se pasaba el día persiguiendo suecas. Pero eso no se lo creen. Solo la boina de don Paco traspasa la ficción. Quizá porque el aragonés pasó de ser el cómico más popular del país a convertirse en un fenómeno sociológico único. No deja de ser asombroso que un abuelo de 64 años triunfara de manera clamorosa en el cine, un vehículo al que no le prestaba mucha atención, porque «el cine es el medio; el teatro es el principio y el fin».

La ciudad no es para mí, la obra teatral que avergonzó a su autor, Fernando Lázaro Carreter, le proporcionó a don Paco la boina eterna para el imaginario popular. Desde los años 60, esa prenda era como la capa de un superhéroe, lo transformaba en un abuelo entrañable, torpe, travieso, divertido, a veces rijoso y cascarrabias. Millones de personas han adorado a ese supermán de la Tercera Edad que arreglaba conflictos por el bien de la familia.

Descarado presentismo histórico

Pero en estos tiempos de descarado presentismo histórico, se ha puesto de moda atacar a Martínez Soria como símbolo de la cultura popular franquista. De repente, su boina es, para unas y otros, el único símbolo del cine franquista, porque las iras del presentismo (juzgar el pasado con criterios del presente) parecen centrarse solo en este irrepetible actor.

Y debemos explicar con paciencia infinita que no era más que un simple intérprete a quien, por cierto, algunas de sus películas no le gustaban nada. Las ideas retrógradas o pasadas de rosca pertenecían a guionistas y directores que las recogían de la realidad española del franquismo. El cine no inventó nada que no existiera.

Debemos exponer con serenidad que él no perseguía rubias y morenas con la obsesión de Alfredo Landa, Fernando Fernán Gómez (sí, él también), José Sacristán, Antonio Ozores, José Luis López Vázquez o Juanjo Menéndez; y que su comicidad no se basaba, ni de lejos, en chistes de mariquitas o en burlas crueles contra la mujer. Hay que ver unos cuantos cientos de comedias de la época, y no solo esas lascivas miradas de don Paco a las Bubby Girls en El turismo es un gran invento, para entenderlo.

Y debemos convenir en que a sus setenta y tantos años, cuando el franquismo entraba en su agónica recta final, el hijo más famoso de Tarazona no estaba ya en edad de luchar como un revolucionario contra guionistas, directores o productores para inculcar ideas democráticas en la gran pantalla y contentar así a los exigentes presentistas del 2022. Pudo haber sido un gran actor dramático, pero Paco Martínez Soria solo quiso hacer reír. Lo hizo para la sociedad en la que vivió y su éxito fue rotundo. Que siga descansando en paz.