El Periódico de Aragón

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Guardando las distancias: El acceso a la cultura y su raíz

No se conseguirá un crecimiento de la cultura y de su público sin un programa educativo serio

El patio de butacas del Teatro Principal de Zaragoza.

Una de las eternas preguntas (ya adelanto que sin una solución certera y adecuada) que ha estado en el ambiente de la cultura desde la llegada de la sociedad cívica (tal y como la conocemos hoy en día) y el crecimiento del sector es la democratización del arte. Dicho de otra manera, cómo hacer para facilitar el acceso a la cultura a toda la población.

No hay una respuesta para esto. No hace mucho, de hecho, se planteó el asunto y no sin cierta polémica, en las jornadas que organizó Ares en el Teatro Arbolé. Evidentemente, entre los expositores, no hubo acuerdo. Por un lado, existía una opinión rompedora que venía a afirmar que todas las políticas públicas que se habían aplicado hasta la fecha para democratizar el acceso a la cultura habían fracasado rotundamente. Algo que se rebatía desde una ponente extremeña que ponía sobre la mesa que en su comunidad habían surtido mucho efecto una serie de medidas.

El acceso universal a todas las expresiones culturales no creo que pase exclusivamente por abaratar el precio de las entradas

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Yo no soy ningún gurú ni siquiera me considero un experto en el tema pero sí me gusta detenerme y reflexionar sobre los asuntos que se plantean en el área con la que convivo día a día. Por eso, desde mi punto de vista, estoy de acuerdo en que el acceso universal a todas las expresiones culturales no creo que pase exclusivamente por abaratar el precio de las entradas y a cambio de habilitar espacios de escasa visibilidad dar la oportunidad de poder disfrutar de un espectáculo sin que atente demasiado contra el bolsillo. No creo que el camino pase exclusivamente por ahí sin desprestigiar una medida que, hablando en plata, sí permite atraer a un público que quizá quiere hacer algo diferente ocasionalmente. Y creo que ahí está el quid de la cuestión. La cultura no necesita un espectador ocasional. No se me entienda mal porque, obviamente, tampoco necesita un público cautivo. Lo que busca y lo que necesita para sobrevivir es un espectador crítico, que sepa que enfrentarse a una obra de teatro, a un concierto, a una exposición o a un libro es una experiencia que le puede cambiar su percepción de la vida y de muchos aspectos.

Integrar el acto cultural

Necesita experimentarlo (también pasárselo bien, por supuesto) pero, sobre todo y por encima de todo, debe integrar el acto cultural en su vida cotidiana, diría que en su quehacer diario. Solo así, la cultura podrá crecer y empezar a andar un camino que debería haber recorrido hace mucho tiempo para convertirse en imprescindible.

Es decir, la democratización del acceso a la cultura no pasa solamente por sacar un número de entradas a un precio asequible. Eso es la tarea sencilla, pero lo que realmente debería exigirse una sociedad como esta es atacar de una vez el verdadero quid de la cuestión y no es algo que me invente yo ni mucho menos: la educación. No se podrá conseguir un crecimiento de la cultura y de su público objetivo si no se hace un programa educativo destinado a eso. Ni un bono cultural de 400 euros para los jóvenes ni entradas gratuitas o muy baratas ni siquiera ayudas multimillonarias (que tampoco las hay) al propio sector podrán solucionar el problema. Urge crear un plan educativo que una la cultura y la educación, algo que parece que se tiene claro a la hora de diseñar los gobiernos (Cultura y Educación suelen ir en la misma cartera), pero que, de momento, nadie ha sido capaz de llevar a la práctica en España, al menos de una manera seria y que haya resultado eficaz. Y eso es el verdadero problema. No otros. 

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