EL MARTES EN LAS ARMAS

La crítica de Javier Losilla: Niño de Elche y el gato de Schrödinger

Cada concierto de Niño de Elche es una experiencia en la que confluyen lo místico, el erotismo y la vanguardia; un 'work in progress' que descubre nuevos y estimulantes modos de expresión

Niño de Elche, en el concierto que ofreció el martes en Las Armas.

Niño de Elche, en el concierto que ofreció el martes en Las Armas. / Carlos Taberna - Son Estrella Galicia

Javier Losilla

Javier Losilla

Flamenco. Mausoleo de celebración, amor y muerte. Así se titula el disco más reciente de Niño de Elche, grabación que el martes presentó en Las Armas en buena compañía: la de los excelentes guitarristas Raúl Cantizano y Mariano Campallo. Pero más allá de tan voluptuoso y, diríase, que clarividente encabezamiento, el asunto se torna peliagudo. A saber: ¿Niño de Elche hace o no flamenco? Pues mire usted, sí y no. Con este artista tan perturbador nos situamos frente al llamado principio de superposición cuántica. Dicho de otra forma, que diría MR: estamos ante la paradoja del gato de Schrödinger, un experimento teórico en el cual el felino puede estar simultáneamente vivo y muerto.

Pues eso pasa con Niño de Elche: que a un tiempo hace flamenco y no lo hace. Si uno repara en el repertorio, la cosa no puede estar más clara: tenemos seguirillas, bamberas, alboreá, guajiras, sevillanas, alegrías, bulerías, farruca, saeta, campanilleros… Más flamenco no puede ser el programa, pero Niño es mucho Niño, y, además de ser (entre otras cosas) el mejor cantaor de la era post Morente, agarra el palo que sea y lo lleva a otra dimensión sin quitarle la pátina de lo jondo. El flamenco, que sí lo es, de Niño de Elche, es, a la postre, música que excede cualquier taxonomía; emoción que rompe las costuras del sentimiento, búsqueda que encuentra gozosos trallazos emocionales. El canta (¡y cómo!), pero su voz serpentea por una extensa memoria musical, al tiempo que crea nuevos paradigmas. Y ahí están las guitarras para empujar en esa dirección, transitando por ritmos de aquí y de allá, manteniendo el compás. Ahí es na, oiga.

Comenzó la cosa con una seguirilla con la voz sampleada de Rosalía, y terminó con un bis a capella, Con la esperanza perdida, por fandangos, abrumador epítome de celebración, amor y muerte. Podríamos revisar canción a canción, pero no es necesario; baste con anotar la brillantez de las guajiras, el arrebato de unas sevillanas inteligentemente privadas del tonillo de caseta de feria, de unas alegrías vueltas del revés, de una farruca que quitaba el sentido, de una saeta hermosa, con las guitarras marcando el transcurrir de los pasos de la procesión, de unos campanilleros fuera de serie…

¿Quién da más? Cada concierto de Niño de Elche es una experiencia en la que confluyen lo místico, el erotismo y la vanguardia; un work in progress que descubre nuevos y estimulantes modos de expresión. Y en cada actuación, en cada aproximación flamenca, en cada espectáculo aparentemente no flamenco, aparece como por arte de magia el gato de Schrödinger; o sea, esa superposición cuántica que arrumba las leyes de la física y despeja lacabeza. ¡Caray con el Niño!

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