CRÍTICA

Los libros aragoneses de Domingo Buesa: El último amor de Don Juan

El escritor Juan Bolea se ha introducido en el mundo de Don Juan.

El escritor Juan Bolea se ha introducido en el mundo de Don Juan. / El Periódico

Domingo Buesa

Domingo Buesa

Desde que Tirso de Molina (1625) pusiera en escena la historia de don Juan Tenorio hay muchos autores que la han recreado: Calderón de la Barca (1639), Molière (1655), lord Byron (1819), Azorín (1922), los Álvarez Quintero (1927), Marañón (1933) o Las canas de don Juan (Luca de Tena, 1925). Este escaso apunte de las obras publicadas, debe completarse con la versión de José Zorrilla 'Don Juan Tenorio' (1844) que se convirtió en el drama teatral más aclamado por el público que llenaba los teatros en Todos los Santos, para vivir mil aventuras en la Sevilla de 1545, en el reinado de Carlos V.

Pues bien, 180 años después de aquel estreno nos llega una comedia escrita por Juan Bolea, conocido y reconocido novelista, que, al igual que Zorrilla, coloca a don Juan en el mundo en el que viven los autores, por lo que aquel fue un drama que hacía sentir a las gentes del siglo XIX y ésta es una comedia acorde con el siglo XXI. Los dos están escritos intentando que el personaje responda a las necesidades del momento en el que se sitúa: Zorrilla en la recuperación romántica de una sociedad encorsetada por el honor y Bolea en la observación profunda de los cambios que ocurren en nuestro tiempo, las contradicciones que nos asaltan y las incongruencias que pueblan nuestros espacios vitales.

Don Juan, héroe y villano, genio y pobre hombre, con la maestría de Juan Bolea acaba atónito ante un mundo en el que el papel de la mujer ha cambiado. Un mundo en el que nada podrá hacer si no se reinventa, pero ¿los muertos pueden reinventarse? En esta tarea, don Juan sigue debatiendo su realidad, lo que nos recuerda a Eugenio D’Ors explicando que en ese debate descubría el fondo de sí mismo y era consciente de que se encaminaba a la consumación de su tiempo. Un terror que le lleva a aferrarse a la vida, a renunciar a ser él, a arrepentirse. Como ven, el Tenorio se ha convertido en un problema religioso y todo se resuelve de acuerdo con la vieja idea del pecador arrepentido antes de morir.

Y Bolea mantiene esta idea, pero introduce una dimensión nueva, el protagonista no muere, porque está muerto, y además se ha convertido en padre, en una relación absolutamente imposible que le hace volver al infierno destrozado y a la espera de nuevos tiempos. ¿Qué ha pasado? Pues, sencillamente, que se ha enamorado, se ha vuelto un romántico que vive en un mundo en el que incluso le engañan, pero en el que no tiene nada de qué arrepentirse. Fíjense que curioso: en la obra de Zorrilla en ese mundo romántico el personaje se mueve sin sentimientos; en la obra de Bolea el personaje se ha vuelto un romántico y se mueve en un mundo sin sentimientos. Es un juego de planos magnifico que nos habla de una gran obra, de un texto divertido y ágil que no está exento de una magnifica reflexión sobre el ser humano.

También mantiene características románticas como el amor imposible. Pero, el cementerio se ha sustituido por una buhardilla que escoba don Juan, en la que las cosas no sólo ocurren por la noche, porque se obra el milagro de hacer posible -a la luz del día- el encuentro entre don Juan y una mujer que está convencida de su independencia y en la que predomina la razón sobre el sentimiento, al contrario que en don Juan. Las cosas han cambiado mucho y don Juan, sorprendido, descubre que el amor lo ha cambiado tanto que está a punto de destruirlo. En ese momento reconoce su error, el haberse enamorado de Eva, la gemela que no era monja, y se tiene que volver al infierno pidiendo a Mefistófeles que le cuiden a Caín, su hijo al que tiene que abandonar.

Y hay un último aspecto muy interesante en la obra de Bolea, facilitado por esa riqueza del diálogo que nos permite entender dobles sentidos y construir la compleja relación entre un conquistador trasnochado y una activista política del siglo XXI. Me refiero a esa presencia del misterio que no se manifiesta con estatuas que atraviesan puertas cerradas, ni con sombras que hablan, porque son las palabras y los diálogos los que construyen ese misterio que nos recuerda la tradición de «la comedia de magia» tal como ha explicado el hispanista americano David Thatcher Gies en referencia a la obra de Zorrilla al escribir sobre Don Juan Tenorio y la tradición de la comedia de magia (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2008). Me refiero a esas «comedias de magia» que dominaron las tablas españolas en el siglo XVIII con total éxito y en las que quedaba claro que la magia seguía siendo un elemento de teatralidad como lo había sido en las comedias griegas.

Zorrilla, arrepentido de que una estatua de piedra atravesara las puertas, intentó conseguir más realismo e incluso pensó en convertir su obra en una zarzuela. Juan Bolea no necesita reajustar nada, porque ha conseguido de entrada armonizar los planos de realidad y ficción, humanizar a don Juan, hacer una comedia realista en la que la belleza del texto, la fuerza de sus personajes y la permanente sucesión de planos, la convierten en un deleite para ese lector del siglo XXI que sigue pensando que la relación entre los seres humanos es lo más interesante de describir. Y todo en una obra de teatro que nos regala ratos de un agradable y sugerente humor.

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