CRÍTICA

Los libros aragoneses de Domingo Buesa: Familias raras como reflexión

El escritor barbastrense Mariano Gistain.

El escritor barbastrense Mariano Gistain. / El Periódico

Domingo Buesa

Domingo Buesa

En los últimos tiempos hemos podido leer varias propuestas literarias -algunas tan duras como sugestivas- que pretendían entender las familias, desde un modo que no había sido nunca utilizado, aceptando la necesidad de comenzar a repensar la historia de familias disfuncionales e incluso familias raras. La familia está más presente que nunca: les aconsejo leer esa radiografía durísima de 'La familia' escrita por Sara Mesa (Anagrama, 2022), 'Las voces de Adriana' de Elvira Navarro (Random House, 2023) o, no se pierdan el hermoso 'Puro glamour' de Aloma Rodrìguez (La Navaja Suiza, 2023) donde hasta descubrirán paisajes construidos desde el sentimiento familiar en Garrapinillos, a través de los ojos del niño que ve caer unas magdalenas lanzadas desde el balcón.

Y esta visión de la familia como centro de futuro, esta necesidad de volver a ella que siempre la acaban sintiendo los hijos, es la propuesta que nos hace Mariano Gistaín, barbastrense, periodista y excelente escritor-soñador de mil conversaciones que constituyen el punto de encuentro de todos los personajes que se han visto condenados a ser parte de 'Familias raras'. Por eso mismo, debo comenzar confesándoles que esta entrega del Instituto de Estudios Altoaragoneses felicitándonos el nuevo año, como es habitual desde hace dieciocho años con los libros de la colección Letras del Año Nuevo bien dirigida por José Ángel Sánchez, me sorprendió mucho porque entraba de lleno en este proceso tan actual de recreación creativa de la familia, en esa tarea de encontrar una nueva dimensión a las relaciones familiares.

Así lo explicaba al inicio del año la zaragozana Aloma Rodríguez, en la revista mensual de crítica y creación 'Letras Libres', donde llega a decir que Mariano Gistaín expande las relaciones familiares (2024) y «expande ese universo como lo expande la ley de la relatividad». Y no le falta razón en esta atrevida conclusión, porque los personajes de esta última obra que publica el escritor barbastrense participan de esa idea de que el tiempo es relativo, de que el tiempo ni es ni pasa igual para todos los seres humanos.

Pero, además, me parece que esta suma de tres relatos en los que se está rozando esa búsqueda del retrato de una sociedad futura, protagonizada por gentes que tan pronto niegan la realidad como la misma percepción que tienen de ella, culmina -como concluyen los grandes pensadores desde la Ilustración- en la muerte del pensamiento propio. Y eso dramatiza la ausencia de tantos gestos escatimados, de los que, como escribe acertadamente el autor, «te culpas por añorarlos poco, porque la vida está llena de urgencias y es muy entretenida. Quizá la gracia de vivir es que nunca sabes qué va a pasar al minuto siguiente».

El primer relato participa de esa reflexión sobre la ausencia y sobre la añoranza que construye el dolor, porque el debate gira en torno a si las nuevas inteligencias pueden evitarnos las ausencias de los seres queridos y, por supuesto, si esas recreaciones podrían sobrepasar los límites y adueñarse del mundo que las ha creado. Pienso que este primer relato plantea, con un diálogo potente, real, ajustado a cada personaje, un problema al que podremos enfrentarnos, pero el endiosamiento del ser humano no quiere verlo. A esta reflexión sobre la Inteligencia Artificial sucede una segunda ventana que nos abre el debate de qué es estar muerto y quienes están muertos. Con ese diálogo, que ya les he reconocido que creo que es magistral, se nos va complicando la lectura porque no sabes si el muerto es el que llama, los que contestan o el número de línea al que se llama. En suma, tres personas y un solo problema: saber de quién es el teléfono… Y no les cuento más.

Para concluir se lanza a una complicada trama, envuelta en la niebla de esa incógnita que no quiere desvelarnos el autor, protagonizada por un padre, su hijo y una imagen de Cristo que se guarda en un armario empotrado y que, al final, habla y necesita vestirse e incorporarse a la vida diaria. El miedo, la culpa, la muerte se mueven entre el texto de la historia, de la mano de un notable autor que ya nos ha ofrecido novelas tan hermosas y audaces como 'Se busca persona feliz que quiera morir' (Limbo Errante, 2019).

Este encuentro y reencuentro con la muerte y con su mensajero que es el recuerdo revivido, está presente en el texto y en las ilustraciones que son la muestra de cómo la línea y la mancha de color -cerrada, rotunda, deudora de todos los colores del negro- pueden convertir las ideas en imágenes, incluso de cómo el ojo convierte estas sugerencias en símbolos de lo leído. El diseñador Isidro Ferrer, muy vinculado a Huesca, ganador del Premio Nacional de Diseño y el Premio Nacional de Ilustración, ha convertido la materialidad del libro en una interesante y lograda propuesta para entender el valor de la imagen como emblema parlante de la vida. En suma, que no deben dejar de coger en sus manos este libro de Mariano Gistain y lanzarse a reflexionar sobre el ser humano como ser familiar, social y antisocial. Eso sí, ajústense las gafas porque la letra es un alarde de pequeñez. En todo caso, felicidades al Instituto de Estudios Altoaragoneses y al que era su director Alberto Sabio.

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