TEATRO

Crítica de Javier Losilla de 'París' en el Teatro del Mercado: Siempre nos quedará París

La obra de Rafael Campos y Paco Ortega estará en cartel hasta el 5 de marzo

Paco Ortega y Rafael Campos en una imagen promocional de 'París'.

Paco Ortega y Rafael Campos en una imagen promocional de 'París'.

Javier Losilla

Javier Losilla

París no es solo una ciudad, es también una idea, un personaje en sí misma. Y el 'París' que Rafael Campos y Paco Ortega presentan estos días en el zaragozano Teatro del Mercado es más una búsqueda que un destino, una ilusión que mantiene vivos a los personajes a los que dan vida ese par de hombres de teatro criados, no crecidos (su desarrollo ha visto escenarios muy diferentes), entre las bambalinas de una ciudad que, de tan inmortal, es vampírica.

El 'París' que ese par de pillastres han subido a las tablas (hasta el 5 de marzo) es, sobre el papel, un gozoso texto de Rafael Campos, pariente (el texto, no el autor) del teatro del absurdo, y está inspirado en esa singular novela de Samuel Beckett 'Mercier y Camier' (1946), que el escritor y dramaturgo irlandés compuso en francés y tradujo posterior y personalmente al inglés. Mercier y Camier, los protagonistas, son como un matrimonio con muchos años de convivencia, dos desposeídos que no pueden estar el uno sin el otro y que quieren huir de Dublín, viajando y viajando sin conseguirlo.

Uno y Dos, personajes de 'París'

Uno y Dos, los personajes de 'París', también son dos parias que comparten tiempo, amistad, devoción por una prostituta y una ilusión: viajar a la ciudad de la luz. Podría se otro el destino, pues a fin de cuentas nunca llegarán a él (de hecho, al contrario que Mercier y Camier, no se mueven del lugar en el que se encuentran), pero el autor tiene sus debilidades. Dos personajes que bien pueden ser uno solo mostrando sus caras. Uno de ellos está azotado por el pesimismo; el otro, asumido su destino, muestra el vigor del quien nada espera porque ya nada le importa. Salvo la amistad. Eso es sagrado para Uno y Dos.

Y con ese texto, trufado de humor, ironía, reflexión y esa mala leche que es el alimento de los perdedores, y con un guiño inicial a la soledad del actor ("ahora que estamos sin público"), Paco Ortega y Rafael Campos construyen un universo que coloca al espectador ante su propio espejo; no tanto porque comparta el mundo cerrado y circular de los personajes, cuanto por el discurso que estos elaboran, en el que, aunque sea fragmentariamente, es imposible no reconocerse.

Dramaturgia y espacio escénico sencillos

Una dramaturgia y un espacio escénico sencillos pero eficaces acogen la acción, impulsada básicamente por la palabra (fuera del texto no hay salvación), algo renqueante el día del estreno, pero que a buen seguro ha adquirido dinámica en las funciones siguientes. La música de Paco Aguarod, con alguna cita del clásico 'Sur le ciel de Paris', puntúa con tino las transiciones escénicas. Paco Ortega, ejercitado en los últimos años a golpe de monólogos y de giras, resuelve su papel con agradecida fluidez; Rafael Campos, que ha centrado más su carrera en la dirección escénica, ha optado en su vuelta a la interpretación por un recogimiento de primer plano cinematográfico en vez de por la amplitud del plano general del teatro. La elección tiene sus pros y sus contras.

Lo que no ofrece discusión es la elección del texto y la audacia de llevarlo a las tablas en tiempos de costuras, chefs de pega, triunfitos recibidos como héroes por doña Ocurrencias y un panorama cultural en el que se huye del riesgo como de la peste. Ortega y Campos, que también firman la dirección de la obra, están en el Teatro del Mercado para decirnos sin ambages que el mundo da tanta risa como pena y que siempre nos quedará París.

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