El Periódico de Aragón

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Zaragoza se levanta contra Napoleón

El 24 de mayo de 1808 un levantamiento popular puso a Zaragoza en armas preparándose para la lucha contra Napoleón Bonaparte

Juramento de los defensores de Zaragoza junto a la Puerta del Carmen.

El 24 de mayo de 1808 fue el día en el que se produjo en Zaragoza el comienzo de un levantamiento popular antifrancés, y bien podría decirse que fue este día en el que la Guerra de la Independencia comenzó realmente para los zaragozanos. Esa mañana llegaron a la capital aragonesa diferentes correos que fueron leídos ante los transeúntes en los que se fueron relatando las graves noticias que llegaban desde Madrid. Primero, los sucesos del levantamiento de los madrileños el día 2 de mayo y la posterior represión de las tropas francesas.

Segundo, lo acaecido en Bayona, al sur de Francia, a donde Napoleón Bonaparte había atraído tanto al depuesto Carlos IV como a su hijo Fernando VII el Deseado, pues así le llamaba buena parte del pueblo. En dicha localidad francesa, el emperador galo logró bajo presión que Fernando devolviera la corona española a su padre y que este a su vez volviera a abdicar, pero esta vez a favor de Napoleón, quien más tarde le entregaría el trono a su hermano José. Incluso se rumoreaba que el nuevo rey francés haría volver como su valido al denostado Manuel Godoy, depuesto en marzo tras el Motín de Aranjuez.

Estas noticias y el rumor de que el mariscal Murat pronto mandaría tropas a la capital aragonesa para controlar tan estratégica plaza, colmaron los ánimos de la población. Parece ser que dicho motín popular quizás tuviera menos de espontáneo de lo que parece. Importantes personalidades como el conde de Sástago o aquellas personas que acudían siempre puntualmente a las famosas tertulias que la condesa de Bureta celebraba en su residencia, incluidos algunos afrancesados, no querían un posible regreso de Godoy al gobierno. Otros lo hicieron por patriotismo o por luchar contra el enemigo extranjero y revolucionario que quería atentar contra «la religión y la patria».

Fernando VII (en un retrato de Vicente López), obligado a devolver el trono a su padre para que este abdicase en favor de Napoleón.

El caso es que estas personalidades favorecieron un clima de efervescencia entre la población para empujar al capitán general de Aragón, el general Guillelmi, a que se saliera de su inmovilismo ante la situación de virtual ocupación del país por los franceses. Sin embargo, exaltar los ánimos del pueblo siempre ha resultado peligroso, y sin duda se les fue totalmente de las manos. En la mañana del 24 de mayo se produjo una auténtica fiebre «revolucionaria», y ese día numerosos paisanos se dirigieron hacia la Aljafería a exigir a Guillelmi la apertura del arsenal y el reparto de armas para organizar la defensa ante las tropas francesas. El general acabó saliendo a parlamentar pero siempre negándose a la entrega de las armas, por lo que finalmente fue puesto en custodia del pueblo mientras el reparto de armas entre los zaragozanos se inició ya por la tarde después de que sobre las tres, un bando armado con un fusil comenzó a pasear por las calles de la ciudad pregonando que «todo español acuda al Castillo (por la Aljafería) a tomar las armas pena de la vida», como nos relata Faustino Casamayor en su Diario de los Sitios de Zaragoza. Guillelmi, quien realmente lo que hizo fue intentar cumplir con la supuesta legalidad del momento y tratar de mantener la calma en la ciudad, fue depuesto como capitán general de Aragón al día siguiente y encarcelado en la Aljafería, donde permaneció hasta su muerte el 9 de marzo de 1809.

El motín había tenido éxito pero con una enorme presión popular, mucho más grande de la esperada por muchos de sus instigadores. En un primer momento nadie quiso ponerse al mando, negándose a ello los diferentes militares a los que les fue ofrecido. Aquí aparece la decisiva figura de Jorge Ibor, conocido como el Tío Jorge y siendo una de las figuras con mayor ascendencia del barrio del Arrabal, que organizó junto a sus hijos y a su amigo, el Tío Lucas, una partida de labradores y escopeteros que salió de la ciudad hacia la Alfranca, lugar donde se encontraba esperando acontecimientos José de Palafox y Melci, a quien le ofrecieron liderar la rebelión zaragozana y que acabó siendo proclamado como capitán general de Aragón.

José de Palafox, nombrado capital general de Aragón, en un retrato de Goya.

A partir de entonces comenzó un liderazgo que estuvo mucho más sobre el alambre de lo que se nos ha hecho creer después. En apenas tres semanas le tocaría tratar de legitimar un poder que había alcanzado a través de un levantamiento popular, algo inadmisible en realidad para las élites del momento y para el hijo de un noble, como era Palafox, y formar también un ejército de la nada para tratar de evitar el previsible avance francés una vez se conociera lo ocurrido en Zaragoza. Lo demás, ya sabemos cómo acabó. La sombra de las águilas de Napoleón Bonaparte y de los desastres de la guerra acechaban ya en el horizonte.

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