Bueno o escaso. Se sabrá al final, pero según están las cosas, es decir con el Tenerife con las pilas cargadas y el descenso a dos puntos ya, lo terrible hubiera sido perder. Gay comenzó seguro de que la igualada podría ser un magnífico resultado al construir un cinturón de hierro frente al Athletic. Con el paso de los minutos lo certificó y lo celebró. Sin una sola llegada al área de Iraizoz, con un único lanzamiento entre los tres palos en 93 minutos, intentando desinflar el balón y anestesiar al conjunto vasco, el Real Zaragoza se manejó sin complejos en la racanería más absoluta y tuvo la fortuna de que Fernando Llorente y De Marcos erraron tres claras ocasiones que concedió. Ni una más porque Jarosik estuvo de escándalo y el resto lo hizo Roberto con su eficaz estilo de manejar el espacio aéreo, virtud capital en un estadio como San Mamés.

Gay sembró el centro del campo con la presencia de Abel Aguilar y la intención de dormir la pelota el mayor tiempo posible e igualar el músculo que tiene su rival en esa zona. El Athletic nunca se sintió feliz en una zona que no utiliza para crear, pero desde donde arranca como un vendaval si le ofrecen espacios. Acabó hipnotizado el equipo de Joaquín Caparrós, que recurrió a colgar pelotas más de lo de costumbre, lo que facilitó el trabajo defensivo de Amo y Jarosik, quienes no hicieron recordar a Contini, y rebajó su furia. Ese sistema de rombo achatado dejó, como casi siempre, a Suazo a merced de su creatividad y astucia, pero tan solo que le fue imposible fabricarse una oportunidad. Vivió en la penumbra el delantero, sacrificado entre las líneas enemigas, que no necesitaron si desenfundar la bayoneta frente a un acoso ofensivo testimonial.

Toques de un par de metros, puede que de tres, para retener y detener al Athletic. Las posesiones largas no fueron muchas, aunque las suficientes para llevar el encuentro al sopor previsto. Aun así Llorente tuvo el gol y falló, y después Roberto sacó una mano milagrosa para evitar el tanto de De Marcos, quien remató mal y envenenó más el balón. En la recta final, Llorente y Muniain se molestaron solos en el segundo palo en un pase lateral de Susaeta… El Real Zaragoza parecía hasta contar con el perdón de su adversario, y nunca cambió su libreto. Siguió firme en el corazón del campo, dejando sin pulso el partido, chupándole la sangre al reloj para conseguir un punto que no se sabe aún si es metal precioso o carbón. En principio brilla, y es buena señal porque de otra forma no se entiende ni se justifica semejante cobardía futbolística.